Desde 1532, la Hoofdtoren, la Torre Principal, invita a otear el mar, tal como lo habría hecho La Dama. Imaginándome la llegada de los barcos en el Siglo de Oro, abarrotados de especias y otras valiosas mercancías procedentes de países lejanos, evoqué la leyenda de La Dama de Stavoren, una de las ciudades más prósperas de la República de las Siete Provincias.
Notamos con respeto la diferencia de altura entre el agua en el mar y en el lago. Pero recién cuando tuvimos la oportunidad de seguir dos etapas de una polderización, tomamos verdadera conciencia de esas hazañas hidráulicas. El camino a Lelystad era una simple división de dos espejos de agua del mismo nivel. Seis meses más tarde pasamos de nuevo por ese lugar; en el fondo de la parte desagotada, la vegetación y cascos de barcos naufragados ilustraban de un modo espectacular el colosal esfuerzo realizado para sacar el agua.
Hicimos un desvío para saludar a un amigo de amigos en Buenos Aires. Un alegre aventurero sin dinero, pero con muchas ganas de conocer algo del mundo; fue a parar a Holanda. Trabajando con un ganadero, pasó allí un invierno del que no se olvidaría el resto de su vida. Siempre nos acordamos de su cómica descripción de las tres camisetas de franela y calzoncillos largos que se ponía para combatir el frío, dramáticamente polar para él. Pero aprendió a atender ganado de pedigree, capacitación que le valió un pasaje de regreso en barco, como cuidador de toros exportados.
La media hora que pensábamos quedarnos, se extendió a más de dos horas. El criador quiso mostrarnos sus vacas -la mayoría de las cuales ya estaban en las praderas-, y nos contó relatos, largos pero no aburridos. Es que ese señor era un personaje pintoresco. Con la proverbial tozudez de su región, había sido expulsado del Registro de Ganado de Pedigree Frisio por cuestiones de principio. Se dio el lujo de no transar, y de aferrarse a las ventajas de "su" raza.
En el último trayecto del día lo íbamos a bordear el IJsselmeer, pero un dique que no figuraba en el mapa nos privó del panorama esperado. En el cercano pueblo de Workum nos resultó fácil ubicar el mejor hotel. El único.
Al final de la calle principal de Hindeloopen, el tiempo parecía haberse detenido. Quedamos maravillados de vajilla de transparente porcelana y de adornos de peltre y de madera, hábilmente elaborados, provenientes de Asia, Escandinavia y otras partes del mundo donde navegantes frisios cargaban sus barcos. En el museo, regenteado por una fundación, no faltaban muebles, y trajes típicos que se usaban sólo en ocasiones especiales, como en la Fiesta Anual del Hielo.
Andando sin prisa por una zona boscosa y algo accidentada, paramos en Lemmer para ver un púlpito. La iglesia estaba cerrada, pero el sacristán estaba cortando el pasto y no tenía inconveniente en que entráramos. La talla de madera era muy bonita, casi tan admirablemente esculpida como la del podio que habíamos visto en una iglesia, más grande, en Mechelen, el arzobispado metropolitano de Bélgica.
Menos suerte tuvimos en un molino, a la vez museo de antigüedades, en Wolvega. El administrador había fallecido recientemente, y todavía no se había designado al sucesor. Podríamos haber pedido en la municipalidad que alguien nos acompañara, pero resolvimos seguir viaje. A los pocos metros nos detuvimos en el edificio de la comuna, pero por otro motivo. En esos momentos salía de allí una pareja de recién casados, y en la vereda los esperaban dos filas de colegas formando un arco de honor con palas, cucharas, martillos y otras herramientas de la construcción. ¡Qué bien que hace este folklore a los que vivimos encerrados en las grandes ciudades!
Calurosos y llenos de polvo, buscamos en la ciudad de Steenwijk un monte con un mirador. No lo ubicamos, ni siquiera con la ayuda de cuatro habitantes. El último, un cartero, supuso que nos habrían informado mal, y nos sugirió otro sitio similar. Pero su indicación del camino era confusa, y salpicada con tantos 'más o menos', 'a ver, espérese', que preferimos dar por terminada la jornada, en Giethoorn. Había refrescado, y eso le vino muy bien a Beatriz, que se cansaba pronto. Se estaban haciendo notar los cinco meses de su primer embarazo.
Venecia se hizo famosa por su parecido con Giethoorn, donde las bateas se movilizan igual que las góndolas, y donde alrededor de las viviendas también hay más agua que tierra. Los pocos vehículos que circulaban por las callejuelas, podían pasarse a duras penas. Naturalmente queríamos hacer una excursión por los canales. Para el turismo en masa, los motores fuera de borda son sin duda prácticos, pero ¡qué poco románticos son! Sólo algunos lecheros y almaceneros seguían trasladándose de la manera tradicional.
A pesar de que las raíces de los árboles logran mantener el suelo firme, muchos debían ser talados, porque el permanente desfile de embarcaciones producía olas que carcomían los bordes. Un lugar bonito para visitar, pero poco atractivo para vivir. Los techos de paja albergaban ejércitos de arañas, y en todas partes nos cruzamos con enormes ratas. Curiosamente, verlas en el agua no me causaba la misma repugnancia que si caminaran. Nadaban con cierta elegancia, y con más rapidez que muchos peces.
Una lástima que nos acompañara un guía callado; nos quitaba las ganas de preguntarle nada. Si no era un suplente casual, se cometieron allí dos equivocaciones: él, al elegir ese oficio, y la agencia de viajes, al emplearlo. Pero quizás era su propio patrón. Me hizo acordar de un señor que le confiaba a un amigo:
- Ayer me sometí al examen de aptitud, junto con otros candidatos. ¡Menos mal que soy el dueño de la empresa!
Desde que uno entra en Kampen, se respira el ambiente que ha quedado flotando desde la época que era una poderosa urbe hanseática. Fue fundada en el siglo XII; el rápido crecimiento de la economía holandesa quebró el monopolio de las confederaciones mercantiles entre varias ciudades alemanas en el Báltico, y en el siglo XIV Kampen se convirtió en el centro comercial del noroeste de Europa, hasta que fue suplantada por Amsterdam en el XVI.
Pasando por una iglesia tan desmoronada que un cartel advertía sobre el riesgo de entrar, encontramos un paradigma de la arquitectura de ese período. Un edificio con dos torres, uno de las decenas de pórticos que formaban el muro de defensa del pueblo. En el Museo Municipal que funcionaba allí, había un muy bonito plano de la ciudad, grabado sobre un enorme disco de cobre, y muchas otras cosas interesantes para ver.
Las visitas a museos parecen aburridas, ¿será porque la palabra museo suena a polvo e inmovilización? ¡Qué asociación equivocada!, porque museos suelen mostrar objetos, situaciones y aspectos inesperados, como en ese caso, del pasado de una ciudad que ha jugado un papel en la historia de un país.
Una hora así, en contacto con otra época, despierta en mí más interés por la historia que el que han logrado suscitar los profesores que he tenido - con excepción del último; lo tuve recién en cuarto y quinto año del colegio. En clases magistrales demostraba su envidiable don para separar el grano de la paja: no le importaban fechas de dinastías y nacimiento de emperadores, sino en qué época, y cómo éstos empleaban su poder, Del mismo modo, se preocupaba por batallas para enseñarnos causas y consecuencias de conflictos, no como meros hechos.
Nuevamente, no seguimos bordeando el IJsselmeer, pero esta vez nos arrepentimos del cambio, porque fueron treinta kilómetros de zona urbana. Cuando al fin encontramos un lugar ideal para un picnic, nos rodeó una patrulla de lobatos. Nos sometieron a un extenso interrogatorio, de dónde veníamos, qué hacíamos allí, y adónde nos dirigíamos. Gracias a unos chocolatines y galletitas que la Providencia nos había hecho guardar, pudimos convencerlos de que no éramos ni enemigos ni espías. Al rato, un silbato los llamó al campamento. Se merecían un premio por el éxito del operativo.
La pinacoteca incluye obras de Picasso y de otros maestros, pero el núcleo lo forman casi trescientos pinturas y dibujos de van Gogh. Diez hectáreas de verde alrededor del edificio están dedicadas a exhibir esculturas contemporáneas. Yo no sé apreciar estatuas, pero esas tallas, en el marco formado en aquellos jardines, me parecieron de una belleza extraordinaria.
El último día pernoctamos en el bucólico pueblo de Lunteren. El hotel "Berg en Dal" era una posada desconocida hasta hacía exactamente un año, cuando nosotros pasamos por allí, en nuestro viaje de bodas. En una caminata matutina por el bosque dimos otra vez con una confitería, románticamente oculta en el bosque y famosa por sus deliciosos panqueques. Pero era muy temprano para probar alguna de las muchas variedades. Lo postergamos para la próxima vez. Cuándo será, no lo sé.
En la ruta despejada avanzamos rápidamente, lo que nos dio tiempo para ver en Spakenburg los trajes típicos que todavía se usan a diario, sobre todo las mujeres. Nos sugirieron venir un lunes por la mañana, cuando todo el mundo cuelga la ropa en calle. Efectivamente - en otra ocasión comprobamos que era un espectáculo colorido, mucho más atractivo que el de pasacalles, que se veían en todas partes.
Era hora para un almuerzo campestre, café con leche, pan casero lactal y de centeno, manteca, mermeladas, fiambres, quesos, pasta de maní. Algunos productos venían en los mismos envases que adornaban nuestra propia mesa, pero la mayoría tenía el saludable aspecto de ser los auténticos productos de granja que esperábamos.
En un rincón había un tocadiscos que funcionaba con monedas. Beatriz puso algunas canciones holandesas de moda, interpretadas por Johnny Jordaan, un cantante popular y además, su favorito. Esa música ciudadana desde un artefacto moderno en una taberna aldeana, fue el alegre final de un paseo del que guardamos los mejores recuerdos.
Saskia no sabía cómo expresar su alegría, si gemir o ladrar o lamer, o dar la pata, o saltar, o correr en zig-zag a cualquier parte, de modo que hizo todo eso al mismo tiempo.