La misión de un Agregado Agrícola es asesorar a su gobierno sobre cuestiones agrarias. La información deseada la obtiene mayormente de funcionarios de ministerios, de colegas de otras embajadas, y de empresarios. Mi tío Dee opinaba que, además, era conveniente evaluar la situación como la misma palabra indica, in situ. Por lo tanto, viajaba a menudo al interior del país. Visitaba estaciones experimentales y establecimientos rurales para cotejar sus observaciones y datos oficiales con estimaciones de estancieros y otros conocedores de la agropecuaria local.
A Chile, Uruguay y Perú, que pertenecían a su área, viajaba con Zus, pero nosotros tuvimos la suerte de conocer algo de la Argentina de esa manera. Un día, Roel y yo lo acompañamos a Pergamino, unos 250 kilómetros al noroeste de la Capital Federal. Camino a un instituto agrario en ese centro del cultivo de maíz, pasamos por una plantación con un muy buen aspecto. La tranquera estaba cerrada pero sin candado, y entramos por el ancho camino de acceso. En esa época que circulaban pocos autos, llamaba la atención aquel flamante Chevrolet Bel-Air blanco con chapa celeste, que identificaba al Cuerpo Diplomático.
El dueño del campo, gratamente sorprendido por la visita de un extranjero que hablaba español y que, además, tenía un buen conocimiento de la región, se prestó con gusto a la charla sin protocolos. Orgulloso, nos invitó a caminar entre las plantas, que nos pasaban en altura. Dee estaba contento al comprobar que las apariencias no le habían engañado: en todo el campo, todas las mazorcas tenían el tamaño que se veía desde la ruta, lo que confirmaba las buenas perspectivas de la inminente cosecha.
Junto con Zus y Dee, conocí también otros lugares de la provincia de Buenos Aires, la más grande de la Argentina, con una superficie de dieciséis veces la de Holanda. En el recorrido de casi dos mil kilómetros, pasando por Trenque Lauquen, Bahía Blanca, Necochea,Tres Arroyos y Mar del Plata íbamos a andar parcialmente por caminos de tierra, y como había llovido mucho, llevamos pantaneras, neumáticos especialmente aptos para transitar por el barro, similares a los que usan los tractores. Partiendo hacia el oeste, llegamos bien a Trenque Lauquen, pero nos recibieron con una huelga de hoteles. Afortunadamente dimos con "Simón", una hostería que alojaba a huéspedes porque nos atendían sus dueños.
Ante la falta de alimentos, caballos son más delicados que vacas. A lo largo del camino hacia el sur quedaron muchos de los que no sobrevivieron la sequía, previa al período de fuertes lluvias. Pasando por lagunas que invitaban a pescar o simplemente pasear en bote, y por colinas cada vez más altas, nos aproximamos a Sierra de la Ventana. Por el mal estado del camino de acceso no pudimos trepar hasta la Ventana, una enorme abertura en la cima de un cerro, a setecientos metros de altura. Tuvimos que conformarnos con verla desde lejos. En Tornquist, recostado sobre una ladera de la montaña, las tejas muy rojas de las casas combinaban muy bien con el verde y marrón de los cerros de esa zona turística.
Al entrar en Bahía Blanca, uno de los principales puertos marítimos del país, Lucas Bols anunciaba desde un affiche su famosa ginebra como el traguito gaucho. Me gustó la frase, y más aún cuando comprendí el doble significado de la palabra gaucho: es el habitante de las pampas, y también describe a una persona que siempre está dispuesta a ayudar a otras desinteresadamente. Bols tiene buena aceptación en el campo: muchos campesinos y viajantes acompañan su primer café en el bar rural con una copa de esa ginebra holandesa.
En el centro, la policía trataba en vano de acelerar el tránsito embotellado. Por altoparlantes montados sobre automóviles y camiones, se festejaba la decisión gubernamental de homenajear a Eva Perón con un monumento. La esposa del presidente estaba muy enferma (en efecto, murió tres semanas más tarde). En adhesión menos ruidosa pero más molesta, todos los negocios estaban cerrados. Una curiosa manera de manifestar tu conformidad. Encontramos un hotel, pero allí no nos sirvieron ni un café. Por suerte, nos quedaban bizcochos, mandarinas y un trozo de queso, remanente de las provisiones que uno suele llevar en un viaje en auto; los consumimos en la habitación.
Por la mañana, Zus y yo fuimos a caminar, Dee a un centro agrario. Por la tarde, los tres vimos a Ingrid Bergman en "Juana de Arco".
Uno de los agricultores holandeses que visitamos fue Máximo Flegenheimer, propietario de "La Holandesa", una magnífica estancia de dos mil trescientas hectáreas cerca de Necochea, un balneario a doscientos kilómetros al este de Bahía Blanca. Hacía algunos meses se detectó un brote de aftosa cuando Flegenheimer estaba por vender un lote de ganado. La enfermedad se controló rápidamente, pero mientras tanto, un decreto había prohibido la venta de ganado. Durante la sequía siguiente los animales perdieron peso, pero ya estaban empezando a recuperarlo muy lentamente.
A pesar de esos contratiempos, Don Máximo no estaba demasiado preocupado, y quería mostrarnos el porqué. Nos llevó en un jeep a dar una vuelta por el campo; en un momento dado se bajó y pidió que le siguiéramos unos metros sobre un terreno sembrado. Hundió la mano en el suelo, que estaba húmedo todavía. Pero debajo de la superficie no estaba tan arcilloso como se podría suponer, sólo tres días después de copiosas lluvias. El puñado de tierra ya empezaba a deslizarse un poco entre sus dedos.
-¿Ven esto? - sonrió -. Esta capacidad de recuperarse en menos que canta un gallo, es asombrosa. Facilita la nutrición de las plantas y permite cosechas dobles y de buena calidad, como por ejemplo aquí: ayer, maíz y hoy, papas. Esta tierra negra es la riqueza del país, especialmente de esta bendita zona. Mírenla bien, porque la verán en pocas partes del mundo.
Gracias a las cosechas de una de las regiones más fértiles del planeta, la Argentina había sido un país muy rico; en las últimas décadas había adquirido fama como el granero del mundo. Pero la situación estaba cambiando, y se estaba pidiendo a la gente que gastara menos y produjera más. Considerando la extensión y la calidad del suelo, pensé que efectivamente, podrían producir más. Posibilidades no faltaban. Pero también se requerían otros elementos que no abundan en el mundo: inversión, organización y, sobre todo, ganas de trabajar. Iba a ser una tarea muy difícil.
Después de "La Holandesa" visitamos a "Los Holandeses", la colectividad holandesa en Tres Arroyos, en la misma zona de tierra prodigiosa. Las leyes argentinas que alrededor del cambio de siglo promovieron la inmigración, atrajeron a un gran número de granjeros holandeses, muchos de los que formaron una floreciente colonia. En momentos de hacer nuestro viaje, yo ya trabajaba en el tambo, pero en esa semana de vacaciones de invierno tuvieron que prescindir de mis servicios. También empezaban las vacaciones en la Escuela Holandesa, y André venía ahora con nosotros a Buenos Aires.
En ocasión del Día de la Independencia los alumnos habían preparado algunos actos. André no bailó, pero cantó en el coro y se lució en una pequeña obra de teatro. Ya había aprendido algo de castellano, y en este colegio bilingüe progresó rápidamente. Y no sólo en el lenguaje hablado. Eso ya lo había notado yo el primer domingo cuando fui a visitarlo: me saludó de lejos, juntando los dedos de una mano y moviéndola hacia arriba y abajo. Un gesto que no figura en ningún diccionario; en la Argentina y en Italia tiene el significado de un signo de interrogación.
A pesar de esos contratiempos, Don Máximo no estaba demasiado preocupado, y quería mostrarnos el porqué. Nos llevó en un jeep a dar una vuelta por el campo; en un momento dado se bajó y pidió que le siguiéramos unos metros sobre un terreno sembrado. Hundió la mano en el suelo, que estaba húmedo todavía. Pero debajo de la superficie no estaba tan arcilloso como se podría suponer, sólo tres días después de copiosas lluvias. El puñado de tierra ya empezaba a deslizarse un poco entre sus dedos.
-¿Ven esto? - sonrió -. Esta capacidad de recuperarse en menos que canta un gallo, es asombrosa. Facilita la nutrición de las plantas y permite cosechas dobles y de buena calidad, como por ejemplo aquí: ayer, maíz y hoy, papas. Esta tierra negra es la riqueza del país, especialmente de esta bendita zona. Mírenla bien, porque la verán en pocas partes del mundo.
Gracias a las cosechas de una de las regiones más fértiles del planeta, la Argentina había sido un país muy rico; en las últimas décadas había adquirido fama como el granero del mundo. Pero la situación estaba cambiando, y se estaba pidiendo a la gente que gastara menos y produjera más. Considerando la extensión y la calidad del suelo, pensé que efectivamente, podrían producir más. Posibilidades no faltaban. Pero también se requerían otros elementos que no abundan en el mundo: inversión, organización y, sobre todo, ganas de trabajar. Iba a ser una tarea muy difícil.
Después de "La Holandesa" visitamos a "Los Holandeses", la colectividad holandesa en Tres Arroyos, en la misma zona de tierra prodigiosa. Las leyes argentinas que alrededor del cambio de siglo promovieron la inmigración, atrajeron a un gran número de granjeros holandeses, muchos de los que formaron una floreciente colonia. En momentos de hacer nuestro viaje, yo ya trabajaba en el tambo, pero en esa semana de vacaciones de invierno tuvieron que prescindir de mis servicios. También empezaban las vacaciones en la Escuela Holandesa, y André venía ahora con nosotros a Buenos Aires.
En ocasión del Día de la Independencia los alumnos habían preparado algunos actos. André no bailó, pero cantó en el coro y se lució en una pequeña obra de teatro. Ya había aprendido algo de castellano, y en este colegio bilingüe progresó rápidamente. Y no sólo en el lenguaje hablado. Eso ya lo había notado yo el primer domingo cuando fui a visitarlo: me saludó de lejos, juntando los dedos de una mano y moviéndola hacia arriba y abajo. Un gesto que no figura en ningún diccionario; en la Argentina y en Italia tiene el significado de un signo de interrogación.
Durante los últimos meses en Holanda, André se había contagiado de mi entusiasmo para aprender español "sin esfuerzo", tal como lo sugería el subtítulo de un libro que yo había descubierto.'Assimil' Por supuesto, la pretensión era ingenua; sin embargo, ese sistema, Assimil, me gustó. Y resultó ser efectivo. Por ejemplo, se anunciaba una regla gramatical con una, o ninguna excepción. Las demás se mencionaban más adelante y de a poco, con el saludable efecto de no abrumar al alumno al principio.
Las primeras lecciones eran conversaciones entre dos amigos, y ya después del quinto capítulo nos divertíamos André como Pedro y yo como Enrique, reproduciendo las preguntas y respuestas. Luego tratábamos de improvisar sobre ellas. Así logramos pronto decir frases con algún sentido, en vez de aprender primero solamente nombres de objetos - como proponía Linguaphone, el otro método de enseñanza que conocíamos.
Fue un placer conocer Mar del Plata, la Perla del Atlántico. El bellamente edificado y más popular balneario del país atrae a turistas durante todo el año, aunque naturalmente en invierno no tantos. No hacía frío, lo que contribuyó a una estadía agradable. En auto y a pie recorrimos la rambla y barrios residenciales. La mayoría de las lujosas mansiones era ocupada sólo en verano y durante algún (largo) fin de semana. La gente adinerada suele ir de vacaciones al exterior, pero también le gusta pasarlo bien en su propio país, en sitios hermosos y cuando puede estar estadísticamente segura de tener buen tiempo.
El último día íbamos a visitar a un holandés que cultivaba bulbos de plantas a poca distancia de Mar del Plata. Pero el camino hasta sus tulipanes estaba todavía demasiado embarrado, aún para las pantaneras, de modo que seguimos por el pavimento, derecho a casa. Sin más desvíos, aunque sí con paradas para ayudarlo a André a sobreponerse a los mareos que sufría al viajar en auto, pobre. Le fue bien hasta cerca de casa: faltando apenas media hora para llegar, se puso verde y gris. Por suerte pudo saltar del auto a tiempo. Las solemnes columnas del edificio de la Facultad de Derecho nos miraban con el ceño fruncido.
En cada uno de sus varios viajes anteriores, Dee había tenido algún inconveniente con el auto; esa vez, ni siquiera se le había pinchado una goma. Le recomendé mi compañía como talismán en futuras excursiones.
El ojo del amo
Dee tuvo en cuenta mi sugerencia cuando vino de Holanda el señor Jelle Boersma, cabañero y a su vez inspector en jefe del Registro de Ganado de Pedigree Frisio. Él había actuado varias veces como miembro de jurado en la Exposición Rural, pero no había salido de la Capital Federal. Haciendo un viaje privado por algunos países sudamericanos, quería aprovechar la ocasión para conocer el campo argentino.
Con el auspicio de la Embajada, Dee organizó visitas a establecimientos relacionados con la ganadería lechera en la provincia de Santa Fe, y me invitó a acompañarlo. La comitiva oficial eran su asistente, un director del Ministerio de Agricultura, un periodista holandés y dos estudiantes norteamericanos, becarios de un programa internacional de intercambio rural.
En "San Carlos Centro", una cooperativa con dos mil socios en Esperanza, a unos quinientos kilómetros de Buenos Aires, nos recibieron con la hospitalidad que es tan común en las provincias. El gerente nos agasajó con una excelente cena e insistió en que pasáramos la noche en su caserón, en vez de ir al hotel.
Las primeras lecciones eran conversaciones entre dos amigos, y ya después del quinto capítulo nos divertíamos André como Pedro y yo como Enrique, reproduciendo las preguntas y respuestas. Luego tratábamos de improvisar sobre ellas. Así logramos pronto decir frases con algún sentido, en vez de aprender primero solamente nombres de objetos - como proponía Linguaphone, el otro método de enseñanza que conocíamos.
Fue un placer conocer Mar del Plata, la Perla del Atlántico. El bellamente edificado y más popular balneario del país atrae a turistas durante todo el año, aunque naturalmente en invierno no tantos. No hacía frío, lo que contribuyó a una estadía agradable. En auto y a pie recorrimos la rambla y barrios residenciales. La mayoría de las lujosas mansiones era ocupada sólo en verano y durante algún (largo) fin de semana. La gente adinerada suele ir de vacaciones al exterior, pero también le gusta pasarlo bien en su propio país, en sitios hermosos y cuando puede estar estadísticamente segura de tener buen tiempo.
El último día íbamos a visitar a un holandés que cultivaba bulbos de plantas a poca distancia de Mar del Plata. Pero el camino hasta sus tulipanes estaba todavía demasiado embarrado, aún para las pantaneras, de modo que seguimos por el pavimento, derecho a casa. Sin más desvíos, aunque sí con paradas para ayudarlo a André a sobreponerse a los mareos que sufría al viajar en auto, pobre. Le fue bien hasta cerca de casa: faltando apenas media hora para llegar, se puso verde y gris. Por suerte pudo saltar del auto a tiempo. Las solemnes columnas del edificio de la Facultad de Derecho nos miraban con el ceño fruncido.
En cada uno de sus varios viajes anteriores, Dee había tenido algún inconveniente con el auto; esa vez, ni siquiera se le había pinchado una goma. Le recomendé mi compañía como talismán en futuras excursiones.
El ojo del amo
Dee tuvo en cuenta mi sugerencia cuando vino de Holanda el señor Jelle Boersma, cabañero y a su vez inspector en jefe del Registro de Ganado de Pedigree Frisio. Él había actuado varias veces como miembro de jurado en la Exposición Rural, pero no había salido de la Capital Federal. Haciendo un viaje privado por algunos países sudamericanos, quería aprovechar la ocasión para conocer el campo argentino.
Con el auspicio de la Embajada, Dee organizó visitas a establecimientos relacionados con la ganadería lechera en la provincia de Santa Fe, y me invitó a acompañarlo. La comitiva oficial eran su asistente, un director del Ministerio de Agricultura, un periodista holandés y dos estudiantes norteamericanos, becarios de un programa internacional de intercambio rural.
En "San Carlos Centro", una cooperativa con dos mil socios en Esperanza, a unos quinientos kilómetros de Buenos Aires, nos recibieron con la hospitalidad que es tan común en las provincias. El gerente nos agasajó con una excelente cena e insistió en que pasáramos la noche en su caserón, en vez de ir al hotel.
Al día siguiente recorrimos una fábrica de lácteos y un plantel de animales, recientemente importados de Holanda. Los toros habían sido seleccionados por una delegación de cabañeros para estar a disposición de los socios que (aún) no podían permitirse el lujo de tener un reproductor de raza propio. La cooperativa estaba a punto de aplicar la inseminación artificial, de manera que en poco tiempo se esperaba aumentar la producción aún más.
En vez de visitar otra planta, que estaba cerrada porque se celebraba el 96° aniversario de la localidad de San Carlos Centro, la cuna de la cooperativa, nos divertimos en el pueblo viendo cuadreras, carreras de trote a lo largo de varias cuadras. En una de las competiciones, un jockey volcó con su sulky. Por suerte no le pasó nada, pero tuvo que abandonar porque su pobre caballo quedó muy nervioso.
Conocimos "Las Arboledas", el simpático nombre de una cabaña cercana. El dueño, Emilio Reutemann, una persona conversadora, nos acompañó todo el tiempo con un humor a toda prueba. Nos mostró algunos animales que había comprado en Holanda, en una transacción que el señor Boersma había presenciado –de casualidad y en forma privada, no como inspector-, ocasión en la que se conocieron. El holandés dio vueltas alrededor de los animales, y observó atentamente a dos de ellos. En un momento dado, se rascó detrás de la oreja y, pensativo, preguntó:
- Dígame, Don Emilio... Corríjame por favor si me equivoco, pero por éste toro, ¿usted no había pagado mucho más que por aquel?
Me pareció una pregunta técnica de un experto a otro, referida a una cuestión genealógica. Pero aparentemente encerraba algo más, porque el jovial dueño de casa tardó en contestarla.
- Sí, señor - afirmó lentamente, mirando un punto en la lejanía -. Así es. Por éste ejemplar pagué diecisiete mil florines, y por el otro, cinco mil. Sin embargo, es como usted sugiere, este último evolucionó mucho mejor.
Recorrió con la mirada el semicírculo que formábamos.
- Es increíble - exclamó -. Eso fue hace más de dos años. Y ni siquiera se los compré a él. ¿Ustedes se dan cuenta de la memoria asombrosa que tiene este señor?
Repetía para sí mismo, en voz baja y asintiendo con la cabeza:
- Así es, así es.
En vez de visitar otra planta, que estaba cerrada porque se celebraba el 96° aniversario de la localidad de San Carlos Centro, la cuna de la cooperativa, nos divertimos en el pueblo viendo cuadreras, carreras de trote a lo largo de varias cuadras. En una de las competiciones, un jockey volcó con su sulky. Por suerte no le pasó nada, pero tuvo que abandonar porque su pobre caballo quedó muy nervioso.
Conocimos "Las Arboledas", el simpático nombre de una cabaña cercana. El dueño, Emilio Reutemann, una persona conversadora, nos acompañó todo el tiempo con un humor a toda prueba. Nos mostró algunos animales que había comprado en Holanda, en una transacción que el señor Boersma había presenciado –de casualidad y en forma privada, no como inspector-, ocasión en la que se conocieron. El holandés dio vueltas alrededor de los animales, y observó atentamente a dos de ellos. En un momento dado, se rascó detrás de la oreja y, pensativo, preguntó:
- Dígame, Don Emilio... Corríjame por favor si me equivoco, pero por éste toro, ¿usted no había pagado mucho más que por aquel?
Me pareció una pregunta técnica de un experto a otro, referida a una cuestión genealógica. Pero aparentemente encerraba algo más, porque el jovial dueño de casa tardó en contestarla.
- Sí, señor - afirmó lentamente, mirando un punto en la lejanía -. Así es. Por éste ejemplar pagué diecisiete mil florines, y por el otro, cinco mil. Sin embargo, es como usted sugiere, este último evolucionó mucho mejor.
Recorrió con la mirada el semicírculo que formábamos.
- Es increíble - exclamó -. Eso fue hace más de dos años. Y ni siquiera se los compré a él. ¿Ustedes se dan cuenta de la memoria asombrosa que tiene este señor?
Repetía para sí mismo, en voz baja y asintiendo con la cabeza:
- Así es, así es.
2 comentarios:
Lo del sistema assimil, Pedro y Enrique me lo contaste el otro día ahí en tu casa!
En otro orden, tiene eso algo que ver con qué tu nieto Mendocino más chico se llame justamente Pedro Enrique?...
Ha ha! Sí, sería una coincidencia de nombres, 40+ años más tarde. Ahora, yo debería comprobar si esos muchachos efectivamente se llamaban así. Cómo me divertiría toparme con un librito de esa edición! En una librería de segunda, cuarta mano, o un mercado de pulgas.
.-
Publicar un comentario