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martes, 3 de marzo de 2020

COSAS MÍAS (16)

Granero del Mundo

La misión de un Agre­ga­do Agrí­cola es aseso­rar a su gobier­­no sobre cues­tio­nes agra­rias. La informa­ción deseada la ob­tiene mayor­mente de funcionarios de ministe­rios, de cole­gas de otras embajadas, y de empre­sa­rios. Mi tío Dee opina­ba que, ade­más, era conveniente eva­luar la situa­ción como la misma palabra indi­ca, in situ. Por lo tanto, via­jaba a me­nu­do al inte­rior del país. Visitaba estacio­nes expe­rimen­ta­les y establecimientos ru­rales para cote­jar sus ob­servacio­nes y datos ofi­cia­les con esti­ma­cio­nes de estancieros y otros conocedores de la agrope­cua­ria local.
A Chile, Uruguay y Perú, que pertenecían a su área, viajaba con Zus, pero nosotros tuvimos la suerte de co­nocer algo de la Argentina de esa manera. Un día, Roel y yo lo acompañamos a Perga­mi­no, unos 250 kiló­me­tros al no­roes­te de la Capital Fe­de­ral. Ca­mino a un ins­ti­tuto agrario en ese cen­tro del cultivo de maíz, pasamos por una plantación­ con un muy buen as­pecto. La tran­que­ra estaba cerrada pero sin candado, y en­tra­mos por el ancho ca­mino de acce­so. En esa épo­ca que circu­la­ban pocos autos, lla­maba la aten­ción aquel fla­man­te Chevrolet Bel-Air blan­co con cha­pa ce­les­te, que identificaba al Cuerpo Diplomático.
El dueño del campo, gratamente sorprendido por la visita de un extranjero que ha­bla­ba español y que, ade­más, te­nía un buen co­no­ci­mien­to de la re­gión, se prestó con gus­to a la charla sin pro­to­colos. Orgu­llo­so, nos in­vitó a caminar entre las plan­tas, que nos pasaban en altura. Dee estaba con­tento al com­probar que las apa­rien­cias no le ha­bían enga­ña­do: en todo el campo, todas las mazor­cas tenían el tamaño que se veía desde la ruta, lo que con­fir­maba las bue­nas pers­pecti­vas de la inminente cose­cha.

Junto con Zus y Dee, conocí también otros luga­res de la pro­vin­cia de Buenos Ai­res, la más gran­de de la Ar­genti­na, con una su­per­ficie de die­ci­séis ve­ces la de Ho­lan­da. En el re­co­rri­do de casi dos mil kilóme­tros, pasando por Trenque Lauquen, Bahía Blanca, Necochea,Tres Arroyos y Mar del Plata íbamos a andar parcialmente por ca­mi­nos de tie­rra, y como había llovido mu­cho, lle­vamos­ pan­ta­neras, neu­má­ti­cos es­pe­cia­lmente aptos para tran­si­tar por el ba­rro, simila­res a los que usan los tracto­res. Partiendo ha­cia el oeste, llega­mos bien a Tren­que Lau­quen, pero nos re­cibieron con una huel­ga de ho­te­les. Afor­tuna­da­men­te di­mos con "Si­món", una hos­te­ría que aloja­ba a hués­pe­des porque nos aten­dían sus due­ños.

Ante la falta de ali­mentos, ca­ba­llos son más deli­cados que vacas. A lo largo del camino hacia el sur  quedaron muchos de los que no sobrevivieron la sequía, previa al pe­ríodo de fuertes llu­vias. Pa­sando por lagunas que in­vi­taban a pescar o simplemente pasear en bote, y por coli­nas cada vez más al­tas, nos aproximamos a Sie­rra de la Ven­tana. Por el mal es­tado del camino de acce­so no pudimos tre­par hasta la Ventana, una enor­me aber­tura en la cima de un cerro, a se­te­cientos me­tros de altu­ra. Tuvi­mos que con­for­mar­nos con verla desde lejos. En Torn­quist, re­cos­tado sobre una lade­ra de la monta­ña, las te­jas muy rojas de las casas combinaban muy bien con el verde y ma­rrón de los ce­rros de esa zona tu­rística.

Al entrar en Bahía Blanca, uno de los prin­ci­pales puertos marítimos del país, Lucas Bols anunciaba desde un affi­che su famosa gine­bra como el tra­guito gaucho. Me gustó la frase, y más aún cuando comprendí el doble sig­nifica­do de la pa­labra gaucho: es el habi­tante de las pam­pas, y también describe a una per­so­na que siem­pre está dispuesta a ayudar a otras desinteresadamente. Bols tiene bue­na acepta­ción en el cam­po: mu­chos cam­pesi­nos y via­jan­tes acom­pañan su pri­mer café en el ba­r ru­ra­l con una copa de esa gine­bra holan­desa.

En el cen­tro, la poli­cía tra­taba en vano de ace­le­rar el trán­sito embo­tella­do. Por alto­par­lan­tes mon­ta­dos sobre automó­viles y camio­nes, se festejaba la deci­sión gu­bernamen­tal de ho­me­na­jear a Eva Perón con un monu­men­to. La es­posa del pre­si­dente esta­ba muy en­ferma (en efecto, mu­rió tres semanas más tar­de). En adhe­sión menos ruidosa pero más molesta, to­dos los nego­cios es­ta­ban cerrados. Una curiosa manera de manifestar tu conformidad. Encon­tramos un ho­tel, pero allí no nos sirvieron ni un café. Por suer­te, nos que­da­ban biz­cochos, man­dari­nas y un trozo de queso, remanente de las pro­vi­sio­nes que uno suele llevar en un via­je en auto; los consu­mimos en la habi­ta­ción.
Por la mañana, Zus y yo fuimos a ca­mi­nar, Dee a un cen­tro agra­rio. Por la tarde, los tres vimos a Ingrid Bergman en "Juana de Ar­co".

Uno de los agricultores holandeses que visi­tamos fue Máxi­mo Flegen­hei­mer, pro­pieta­rio de "La Holan­de­sa", una magní­fica estan­cia de dos mil trescientas hectá­reas cerca de Neco­chea, un bal­nea­rio a doscien­tos kilóme­tros al este de Bahía Blanca. Ha­cía algu­nos meses se de­tectó un brote de aftosa cuando Fle­genheimer estaba por ven­der un lote de gana­do. La en­fer­me­dad se con­troló rá­pi­damen­te, pero mientras tanto, un decre­to había prohi­bido la ven­ta de ganado. Durante la se­quía si­guiente los ani­males perdieron peso, pero ya es­taban em­pe­zando a recupe­rarlo muy len­ta­men­te.
A pesar de esos contratiempos, Don Máximo no estaba dema­sia­do preocupa­do, y quería mos­trarnos el porqué. Nos llevó en un jeep a dar una vuelta por el cam­po; en un momento dado se bajó y pidió que le siguiéramos unos metros so­bre un terreno sem­brado. Hundió la mano en el suelo, que estaba hú­me­do toda­vía. Pero debajo de la superficie no es­ta­ba tan arci­lloso como se po­dría supo­ner, sólo tres días después de copio­sas llu­vias. El puñado de tierra ya empezaba a desli­zar­se un poco entre sus dedos.
-¿Ven esto? - sonrió -. Esta ca­pacidad de recu­perar­se en menos que can­ta un ga­llo, es asombrosa. Fa­ci­li­ta la nutrición de las plantas y per­mite co­se­chas do­bles y de buena cali­dad, como por e­jem­plo aquí: ayer, maíz y hoy, papas. Esta tie­rra negra es la ri­queza del país, espe­cial­mente de esta ben­dita zona. Míren­la bien, porque la verán en pocas par­tes del mun­do.

Gracias a las cosechas de una de las regiones más fér­tiles del plane­ta, la Argen­tina había sido un país muy rico; en las últi­mas déca­das había adquirido fama como el grane­ro del mun­do. Pero la situación estaba cambiando, y se estaba pidiendo a la gente que gasta­ra menos y pro­dujera más. Con­side­rando la ex­ten­sión y la ca­li­dad del suelo, pensé que efectivamente, podrían pro­ducir más. Po­si­bili­da­des no fal­taban. Pero también se re­querían otros elemen­tos que no abundan en el mundo: in­ver­sión, orga­niza­ción y, sobre todo, ganas de traba­jar. Iba a ser una ta­rea muy difí­cil.

Después de "La Holandesa" visitamos a "Los Holan­deses", la colectividad holan­desa en Tres Arro­yos, en la misma zo­na de tierra prodigiosa. Las leyes ar­gentinas que alrededor del cambio de siglo pro­movieron la inmigración, atrajeron a un gran número de gran­je­ros holan­de­ses, muchos de los que formaron una flore­cien­te colo­nia. En momen­tos de hacer nuestro via­je, yo ya trabajaba en el tambo, pero en esa semana de vacaciones de invierno tuvieron que prescindir de mis servicios. También empezaban las vacaciones en la Es­cue­la Ho­lan­desa, y André venía ahora con nosotros a Bue­nos Aires.
En ocasión del Día de la Inde­pen­dencia los alumnos habían preparado algunos actos. An­dré no bailó, pero cantó en el co­ro y se lució en una pequeña obra de teatro. Ya había aprendido algo de castellano, y en este co­le­gio bilin­güe progresó rápidamente. Y no sólo en el len­guaje ha­bla­do. Eso ya lo había notado yo el pri­mer do­mingo cuando fui a visitarlo: me saludó de lejos, juntando los dedos de una mano y moviéndola hacia arriba y abajo. Un gesto que no figura en ningún diccionario; en la Ar­gentina y en Italia tiene el significado de un signo de interrogación.
Duran­te los últimos meses en Holanda, An­dré se había contagiado de mi entusias­mo para aprender espa­ñol "sin esfuer­zo", tal como lo sugería el sub­título de un libro que yo había descubierto.'Assi­mil' Por supues­to, la pre­ten­sión era inge­nua; sin embar­go, ese sis­tema, Assimil, me gustó. Y resultó ser efectivo. Por ejemplo, se anunciaba una regla gramatical con una, o ninguna ex­cep­ción. Las demás se mencionaban más adelan­te y de a poco, con el saludable efec­to de no abru­mar al alumno al principio.
Las pri­me­ras lec­cio­nes eran con­ver­sa­cio­nes entre dos ami­gos, y ya después del quinto ca­pí­tulo nos di­vertíamos An­dré como Pedro y yo como En­rique, re­produ­cien­do las pre­gun­tas y res­pues­tas. Luego tratá­ba­mos de im­pro­vi­sar so­bre ellas. Así logramos pronto decir frases con al­gún sen­tido, en vez de aprender primero solamente nombres de objetos - como proponía Linguaphone, el otro método de enseñanza que conocíamos.

Fue un placer conocer Mar del Plata, la Per­la del Atlánti­co. El be­lla­mente edifi­cado y más popu­lar bal­nea­rio del país atrae a tu­ris­tas du­rante todo el año, aun­que naturalmente en in­vierno no tantos. No hacía frío, lo que contribuyó a una esta­día agra­dable. En auto y a pie reco­rri­mos la rambla y ba­rrios resi­den­cia­les. La mayoría de las lujo­sas mansio­nes era ocupada sólo en verano y du­rante algún (largo) fin de semana. La gen­te adi­nerada suele ir de vaca­cio­nes al exte­rior, pero tam­bién le gusta pa­sarlo bien en su pro­pio país, en si­tios her­mosos y cuando puede es­tar estadís­tica­mente se­gu­ra de tener buen tiem­po.
El último día íbamos a visitar a un holan­dés que cultivaba bul­bos de plan­tas a poca dis­tancia de Mar del Plata. Pero el camino hasta sus tuli­panes estaba todavía demasiado em­ba­rrado, aún para las pan­taneras, de modo que seguimos por el pa­vi­men­to, derecho a casa. Sin más des­víos, aunque sí con paradas para ayudarlo a An­dré a sobrepo­nerse a los ma­reos que sufría al viajar en auto, pobre. Le fue bien hasta cerca de casa: fal­tando apenas media hora para llegar, se puso verde y gris. Por suer­te pudo saltar del auto a tiempo. Las solemnes columnas del edificio de la Facul­tad de Derecho nos miraban con el ceño fruncido.

En cada uno de sus varios viajes anterio­res, Dee ha­bía tenido algún inconve­nien­te con el auto; esa vez, ni si­quie­ra se le había pin­chado una goma. Le reco­mendé mi compa­ñía como talismán en futuras excursio­nes.

El ojo del amo

Dee tuvo en cuenta mi sugerencia cuando vino de Holanda el se­ñor Jelle Boersma, caba­ñero y a su vez inspec­tor en jefe del Regis­tro de Ga­nado de Pedigree Fri­sio. Él había ac­tuado va­rias ve­ces como miembro de jura­do en la Ex­po­sición Rura­l, pero no había salido de la Ca­pital Fede­ral. Haciendo un via­je pri­vado por algunos paí­ses suda­me­ri­canos, quería aprovechar la ocasión para conocer el cam­po argen­ti­no.
Con el auspicio de la Embajada, Dee organizó visitas a estable­ci­mien­tos re­la­cio­na­dos con la gana­de­ría lechera en la provin­cia de Santa Fe, y me invitó a acompañarlo. La comitiva oficial eran su asistente, un director del Mi­nisterio de Agri­cultura, un periodista holan­dés y dos es­tu­dian­tes nor­te­americanos, be­carios de un pro­grama internacional de intercam­bio rural.
En "San Carlos Cen­tro", una coopera­tiva con dos mil so­cios en Espe­ranza, a unos qui­nientos kilóme­tros de Buenos Aires, nos recibieron con la hospita­li­dad que es tan común en las pro­vincias. El gerente nos agasajó con una ex­ce­lente cena e insistió en que pasáramos la noche en su case­rón, en vez de ir al ho­tel. 
Al día siguiente recorrimos una fá­bri­ca de lácteos y un plantel de ani­males, reciente­mente im­portados de Ho­lan­da. Los toros habían sido seleccio­nados por una delega­ción de cabañeros para estar a dis­po­si­ción de los socios que (aún) no podían permi­tirse el lujo de tener un re­produc­tor de raza propio. La coopera­tiva estaba a punto de aplicar la in­se­mina­ción artifi­cial, de manera que en poco tiempo se espe­raba aumentar la pro­duc­ción aún más.
En vez de visitar otra planta, que estaba ce­rra­da porque se celebraba el 96° aniver­sario de la localidad de San Carlos Cen­tro, la cuna de la coopera­tiva, nos divertimos en el pueblo viendo cua­dreras, carre­ras de trote a lo largo de varias cua­dras. En una de las competiciones, un joc­key volcó con su sulky. Por suerte no le pasó nada, pero tuvo que abandonar porque su pobre caballo quedó muy nervioso.

Conocimos "Las Ar­bo­ledas­", el simpático nombre de una cabaña cercana. El dueño, Emi­lio Reu­temann, una persona con­versadora, nos acompañó todo el tiempo con un humor a toda prue­ba. Nos mostró algunos ani­males que había com­pra­do en Holanda, en una tran­sac­ción que el se­ñor Boersma había pre­sen­ciado –de ca­sual­idad y en forma privada, no como inspector-, oca­sión en la que se cono­cie­ron. El holandés dio vueltas alrededor de los animales, y obser­vó atenta­men­te a dos de ellos. En un mo­mento dado, se rascó de­trás de la ore­ja y, pen­sa­ti­vo, pre­gun­tó:
- Dígame, Don Emilio... Corríjame por favor si me equi­voco, pero por éste toro, ¿usted no había pagado mucho más que por aquel?
Me pareció una pregunta técnica de un experto a otro, referida a una cuestión ge­nea­lógi­ca. Pero aparente­mente encerraba algo más, porque el jo­vial dueño de casa tardó en con­tes­tar­la.
- Sí, señor - afirmó lentamente, mirando un punto en la lejanía -. Así es. Por éste ejemplar pagué dieci­siete mil florines, y por el otro, cinco mil. Sin em­bar­go, es como usted su­giere, este último evolu­cionó mucho mejor.
Recorrió con la mirada el semi­círcu­lo que formá­ba­mos.
- Es increíble - exclamó -. Eso fue hace más de dos años. Y ni siquiera se los compré a él. ¿Ustedes se dan cuenta de la memoria asombrosa que tiene este señor?
Repetía para sí mismo, en voz baja y asin­tiendo con la cabeza:
- Así es, así es.

2 comentarios:

Alejandro Bär dijo...

Lo del sistema assimil, Pedro y Enrique me lo contaste el otro día ahí en tu casa!
En otro orden, tiene eso algo que ver con qué tu nieto Mendocino más chico se llame justamente Pedro Enrique?...

koppieop dijo...

Ha ha! Sí, sería una coincidencia de nombres, 40+ años más tarde. Ahora, yo debería comprobar si esos muchachos efectivamente se llamaban así. Cómo me divertiría toparme con un librito de esa edición! En una librería de segunda, cuarta mano, o un mercado de pulgas.
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