Yo estaba acostumbrado
a la vida de un estudiante en Holanda, variada y llena de alternativas
interesantes. Tanto no pretendía de mi nuevo empleo, pero tampoco esperaba que
fuera tan diferente. Realmente, no me importaba levantarme a las tres
de la mañana - ni siquiera en el invierno. Pero no me atraía la perspectiva
de tener que seguir haciéndolo día tras día, año tras año, con tiempo bueno y
con tiempo malo, sólo porque las vacas no se fijan en domingos y feriados.
El primer sábado invité a mis dos compañeros a tomar una cerveza en el pueblo.
Su explicación de por qué ellos dos no podían faltar al mismo tiempo, me
abrió los ojos a las características del ambiente tambero.
Fue una valiosa
experiencia el haber conocido ese trabajo, pero sólo pueden hacerlo los que
nacieron para él. Por eso, después de unos nueve meses de aprendizaje, le
pedí a mi empleador una actividad con un horario más benigno. Me imaginaba
que el trabajo agrario no sería menos duro pero sí menos continuo e inexorable
- excepto en ciertas épocas del año, como las de siembra y de cosecha.
Mi patrón tenía, junto con
un hermano, una empresa agrícola y también compraba y vendía lana. Me gustó
su inesperada propuesta de instruirme en ese último oficio. Lo acompañaba al
campo y aprendí a conocer tipos de fibras, a sacar muestras y a estimar el
valor de lana apilada. Si se concretaba la transacción, unos días más tarde me
subía al camión que iba a cargar la mercadería.
A veces, esos viajes eran
tan largos que nos quedábamos a dormir en las hospitalarias estancias. Esas
eran siempre noches agradables. Luego de una refrescante ducha, nos reuníamos
alrededor del fuego. Mientras tentadoras tiras de carne iban asándose,
echábamos con un vaso de vino tinto una base para la cena y para los cuentos
que seguramente la seguirían, y que en todas partes del mundo hacen tan
atractiva la sobremesa en buena compañía.
Para saber cómo es el gusto
de la carne al asador, uno tiene que haber participado alguna vez de un asado,
y preferiblemente en el campo argentino. Creo que es el ambiente ideal, si
no el único, para apreciar ese lujo criollo.
En esos tres meses,
viajando y trabajando en los galpones en la selección y preparación de la
lana para la exportación, aprendí a hablar español en serio. Contrariamente
al tambo, la gente no hablaba otro idioma. También me enteré del carácter
especulativo del comercio en materias primas, como la lana: oscilaciones
de precios en los mercados mundiales pueden ocasionar grandes ganancias y
pérdidas en pocos minutos. Es imposible evitar riesgos.
Ganar mucho dinero
rápidamente me parece atractivo. Pero si eso implica la posibilidad de perderlo
en menos tiempo aún, prefiero buscar ingresos más limitados, pero seguros.
Después de haber aprendido algunos secretos de la vida rural, me despedí del campo para encontrar yo también un empleo acorde
con mi constitución, y desde entonces he seguido
trabajando siempre en relación de dependencia. Philips seguía buscando
talentosos jóvenes, y un buen día pasé la prueba.
Roel
ascendió cuatro pisos para ayudar a mejorar la calidad de las válvulas
emisoras, y me confiaron a mí su tarea anterior, un trabajo administrativo poco
exigente. Por suerte, conseguí pronto el traslado a un sector más interesante, el
de las importaciones. Pero allí tampoco progresé con la celeridad que esperaba.
Posiblemente estaría en mejores condiciones si trabajara aquí no como empleado
local, sino contratado por la Casa Matriz.
Una
posibilidad era la de emplearme en otra firma holandesa que tuviera una sucursal
en la Argentina. Si en ese momento me hubiera dado cuenta de que iba a poder viajar
gratuitamente a todo el mundo por el resto de mi vida, probablemente habría
aceptado el menor sueldo de un empleo que me ofrecieron en K.L.M. En vez de levantar vuelo,
me hice a la mar, con otra empresa, también de tres siglas y transportadora,
pero marítima. El K.H.L., Koninklijke Hollandsche Lloyd, conocida en
Latinoamérica como el Lloyd Real Holandés, era la sucesora de una
armadora que poco antes de la segunda guerra mundial había estado a punto de
naufragar. Otra naviera aportó el capital necesario para evitar la deshonrosa
bancarrota de la firma, ya que el nombre designaba la distinguida vinculación
con la Casa Real Holandesa.
Notas
sociales
Antes
de relatar sobre este sustancial cambio de trabajo, quiero volver a mi vida en
Buenos Aires. Junto con otros tres muchachos holandeses y un argentino, me
instalé en una pensión en Olivos, un suburbio cerca de Martínez. El viaje a la
oficina consistía en un breve trote a la estación, un cuarto de hora en tren
y una caminata de cinco minutos. No soy un modelo de puntualidad, pero trato de serlo, y el premio quincenal que cobrábamos por ese concepto, era un buen estímulo. A Roel también le atraía esa bonificación, pero la recibía pocas veces. Él vivía dos cuadras más lejos, pero perdía
el tren frecuentemente. Confiaba demasiado en la elasticidad del último minuto. - “Ya
salgo...-”. De regreso, sí solíamos viajar juntos.
Tomarle
a mal esa costumbre equivaldría a renunciar a su amistad y, como muchos otros, yo tampoco quería
perderla. Una tarde nos encontrábamos para ir al cine. Por algún inconveniente
me demoré como un cuarto de hora. Dado que eso le ocurría a Roel a menudo, no
me preocupaba; incluso contaba con llegar antes que él. Pero ¿quién me estaba
esperando impacientemente, señalando con fastidio su reloj? Fue una aplicación
de esas leyes todavía no formuladas y difundidas por el señor (¿señora,
señorita?) Murphy.
En
su función de integrantes de la Embajada, los tíos Zus y Dee participaban
activamente de la vida social. Fiestas con diplomáticos, delegaciones y
misiones de Holanda, empresarios. Ejecutivos que llegaban o se iban, eran
agasajados por su antecesor o sucesor, por un colega, un amigo, su superior y,
si su rango lo justificaba, por el embajador de su país. Para nuestros tíos,
que ya no eran tan jóvenes, seguir ese tren significaba un considerable y
continuo esfuerzo, no podían sustraerse de esa verdadera noria, semana tras
semana. Ocasionalmente, ellos eran anfitriones, y algunas veces nos invitaban también. La pasábamos bien, pero con el tiempo me di cuenta de que esas
relaciones se basaban poco en la amistad y mayormente en intereses comerciales
o laborales. Razones inevitables, supongo.
A
las reuniones de los jóvenes venían amigos, amigos de amigos, vecinos,
compañeros de trabajo. Casi todos los chicos holandeses que conocíamos, habían
sido alumnos de colegios ingleses o norteamericanos, y si en su casa se
conservaba el idioma, la conversación solía ser trilingüe. - OK., ¿entonces,
nos vemos mañana after lunch? Llamame che, dan gaan we zeilen (salimos a
navegar). A algunas personas no les resulta fácil pasar de un idioma a otro sin
mezclarlos, otros hablan así por pereza, y unos pocos también por
snobismo.
Nos
presentaron a una barra de criollos en Florida, otro suburbio cercano.
Simpatizamos con ellos, no solamente porque los varones eran simpáticos, sino
también porque las chicas eran monas y buenas bailarinas, algún cheek-to-cheek
incluido. En la primera reunión nos parecía habernos
equivocado; del cambiadiscos caía una placa tras otra, pero era música
ambiental; los anfitriones ofrecían bebidas y nos entreteníamos charlando, pero nadie
salía a bailar. Nos mirábamos de reojo: a eso no habíamos venido, ¿no es
cierto?, las noches del fin de semana estaban destinadas a algo más movido. ¡A
pisar la pista entonces! Pero temíamos cometer una descortesía al ser los
primeros.
Llegó
el momento en que nuestro danzarín más impaciente se animó a invitar a la dueña
de casa. Comprobamos que no se violó ningún protocolo, e incluso les gustó la
iniciativa. Así, siempre se nos hacía tarde. Por suerte, las casas donde nos
reuníamos, estaban cerca de alguna parada del 60, un colectivo famoso
por su servicio durante las 24 horas del día. Por la madrugada
pasaban con una frecuencia menor, pero siempre lográbamos dormir unas horas
antes de asegurarnos los primeros turnos en las canchas de tenis, en el Club de
la Municipalidad de Buenos Aires.
1 comentario:
Que bien ese bailarín! Ahora entiendo de dónde vienen los genes!!!! Benja, Sofi y Ale
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