Esa mañana habíamos
visitado otro magnífico criadero de ganado vacuno y equino, un campo de
tres mil hectáreas con el modesto nombre de "La Cabañita". Entre
cuatro filas de añosos eucaliptos, la entrada principal llevaba a una lujosa
casa de estilo español. Cruzamos un espacioso vestíbulo con paredes altas,
el comedor y un gran patio cubierto, a cual más fresco. En la sala, el propietario
y su familia nos recibieron
con una copa de bienvenida. Pero pronto tuvimos que volver al calor, porque
habíamos ido para ver vacas y toros. De paso, también admiramos unos
preciosos caballos de raza; no cabía duda de que el ojo de este amo engordaba
ganado de alta calidad.
Cerca del mediodía, en el tambo ya no había actividad. El establo estaba tan limpio como mi ambiente de trabajo en Tres Arroyos. De las paredes del comedor, al lado de los cuartos de los peones, colgaban carteles con buenos consejos, tales como no fumar, y no tirar comida - lo que nunca está demás decir, sobre todo en países donde abundan los alimentos.
Al término del animado almuerzo, del cual participaron alegres amigos de la familia, nadie tenía ganas de partir, y menos aún cuando los dueños de casa sugirieron que nos quedáramos a pasar la noche. Pero el señor Boersma tenía un compromiso en Esperanza, y la invitación quedó en pie para otra ocasión. Me acordaba de las lindas noches pasadas en las estancias donde comprábamos lana, y anoté la dirección, por las dudas. Pero hasta ahora no he vuelto a esa propiedad.
Recién una hora después de la anunciada para la conferencia, llegaron los primeros más interesados en el tema: animales de raza. Jelle Boersma se mostró satisfecho con el desarrollo del cooperativismo en la Argentina, y contó experiencias ganaderas en otros países sudamericanos. Terminó la charla con un interesante y desinteresado consejo a los criadores: "Busquen la especialización. Yo no vine ahora a promover el linaje del Pedigree Frisio - aunque, por supuesto, lo prefiero. Una vez que ustedes hayan elegido una raza, digamos la canadiense, mantengan esa línea y no permitan que interfiera en ella un toro holandés, por más conveniente que parezca hacerlo".
En Rafaela conocimos a Francisco (Paco) Pérez Torres, un periodista tan voluminoso como entretenido y activo. Mostraba orgulloso a todo el mundo el lema de su diario "Castellanos: Con la verdad, no temo ni ofendo. Era también un fervoroso promotor del cooperativismo, por lo tanto tenía una buena relación con los criadores de la zona, que el año anterior le habían organizado un viaje de orientación por Europa. En esa ocasión reforzó la simpatía que ya tenía por Holanda, y desde entonces siguió promoviendo la importación de toros holandeses para mejorar la calidad del ganado lechero argentino.
Tres años más tarde, ese apoyo le valió otro viaje a Holanda, auspiciado por varias empresas, entre las que se contaba la naviera Lloyd Real Holandés en Amsterdam, donde yo trabajaba en ese entonces. Tuve el agrado de acompañar a Don Paco y su esposa en una gira de tres semanas visitando cabañas, tambos, fábricas lácteas, astilleros e instituciones. Una de estas últimas fue la emisora internacional Radio Nederland, donde nos recibió el simpático director de las difusiones en español.
La imprenta del diario "Castellanos" estaba obsoleta, como el noventa por ciento del equipamiento industrial en la Argentina. Esa misma tarde visitamos en Sunchales una fábrica de productos lácteos, que pertenecía al "privilegiado" diez por ciento restante. La empresa Sancor fue el resultado de una gigantesca fusión de más de trescientas cooperativas, formadas por trece mil tambos; originalmente de Santa Fe y Córdoba, luego también de otras provincias. La flota de camiones recogían la leche en los tambos –había recorridos de 250 kilómetros- para llevarla a 130 fábricas, que satisfacían el 40 por ciento del consumo nacional.
La comida estaba deliciosa.
Emilio Reutemann nos llevó
a "Michelot", una estancia de nueve mil hectáreas, ubicada en el extremo
noroeste de la provincia
Daba gusto ver los extensos trigales, que
compartía con dos hermanos. En una recorrida del campo charlamos con un pastor
de ovejas que tenía la piel tan curtida que parecía un anciano. Hacía mucho
calor y era evidente que sus animales necesitaban agua. Alguien de
nosotros dijo que seguramente la gente del campo estaría más contenta de
ver un apiñamiento de nubarrones negros que un grupo de turistas
rubios.
- De ninguna manera - se apuró el ovejero en negarlo -. Yo no quiero que llueva, por lo menos, no ahora. Por eso - y señaló la espectacular vista de cuatro cosechadoras que levantaban polvo en una carrera con las nubes. Esa controversia entre agricultores y ganaderos seguirá existiendo en todo el mundo, hasta que el hombre logre el suministro perfecto de lluvia artificial.
Esa noche no cayó agua. Por
suerte para nosotros, porque eso nos habría dificultado el regreso. Yendo
hacia los autos, Don Emilio comentó que estábamos caminando sobre depósitos
subterráneos de combustible, e invitó a los conductores a llenar sus
tanques. A los diez minutos de marcha, su Ford empezó a chisporrotear y a
disminuir la velocidad. Preocupado, el cabañero levantó el capot, pero casi
simultáneamente lo bajó y nos señaló la tapa del tanque de nafta. Hilaridad
general: ¡él mismo se había olvidado de cargar! Una transfusión salvó el
inconveniente. Incluso nos quedó tiempo para tomar un refresco en su casa,
en compañía de su encantadora señora y seis hijos.
Seguimos a Rosario. Aunque Santa Fe es la capital de la provincia homónima, Rosario es más grande; es la segunda ciudad y el principal puerto fluvial del país. Por unos cambios en el programa, se improvisó una visita a una pequeña fábrica de productos lácteos en el cercano pueblo de Roldán.
Antes del almuerzo de despedida,
A bailar con la prima
En la academia donde Ina estudiaba
secretariado, se hizo amiga de Chela, que tenía nuestra edad. Un día, Chela
invitó a Roel a escoltarla a una fiesta, sin encontrar eco. Pero ella insistió
y Roel no quería inventar un tercer pretexto, así que me dijo que había
aceptado una invitación, extensiva a mí para compartir sus penas. – Chela va a
llevar a una prima – me informó -. Dios sabrá cómo baila, así que confía en
Él...
Yo
tampoco tenía ganas de ir, pero por solidaridad hice de tripas corazón. Los
pies de plomo con los que me arrastraba hasta el lugar del encuentro, se
convirtieron en zapatitos de cristal cuando me vi frente a la prima. Lo que me
alegró inmediatamente, fue la seguridad de que por lo menos los primeros tres
bailes me corresponderían por derecho propio. Roel seguramente reclamaría algunos, pero que fuera él y nadie más. Aunque tuve que ceder a Beatriz a otros dos
intrusos, la mayor parte de la noche quedé anotado en su carnet de baile.
Esto
sí que fue amor a primera vista. Emocionante, eso sí, pero irrumpió en mi
escenario en el momento menos oportuno. Cuando le conté que ya estaba con un
pie en Holanda, que me era imposible cancelar la cita naviera que tenía allí tres meses más tarde, Beatriz propuso terminar nuestra relación para evitar
problemas. Pero yo insistí en que siguiéramos viéndonos un tiempo más, porque
mi propósito era volver lo antes posible. Quería vivir en la Argentina; me
sentía cómodo en este clima sin los prolongados fríos, nieblas, nubes, lluvias,
vientos y nevadas, a veces todo eso al mismo tiempo, en otras latitudes.
Contrariamente
a todo razonamiento lógico, sólo de acuerdo con la razón del corazón, Beatriz
aceptó hacer el intento. Nos quedaban tres meses, menos uno por unas
vacaciones en Río de Janeiro, que estaban planeadas con anterioridad. Por
suerte, mi partida se postergó diez días. En el océano que se necesita (y que
siempre resultará insuficiente) para “conocer” a otra persona, fueron una gota
que recogimos, agradecidos.
☼ ☼ ☼
TANTO EN LA PROSPERIDAD
COMO EN LA ADVERSIDAD
Echar las cartas
Mi primer viaje por mar lo hice
en 1947, de Jakarta a Amsterdam. El segundo fue en 1951, de Amsterdam a
Buenos Aires. Otro ciclo de cuatro años más tarde, me encontraba con las
valijas hechas en el carguero “Florida”, amarrado en la Dársena B del puerto
de Buenos Aires, nuevamente camino a Amsterdam, para abrir el cuarto
capítulo en mi vida. Apoyado en la barandilla, sentí surgir en la garganta
ese nudo que se forma en despedidas por tiempo indeterminado.
Partir,
c'est mourir un peu.
Sí,
partir causa tristeza. Por el alejamiento del ambiente conocido y querido, por
la incertidumbre ante todo gran cambio, y porque la separación puede
ser definitiva, en cuyo caso ya no se podrá decir lo que quedó sin pronunciar.
Pero partir puede también causar satisfacción, por el hecho de haber encontrado otro camino, y por la convicción de que la decisión tomada fue la mejor.
Miré a los que quedaban atrás. ¡Qué lindo que hayan venido a
despedirme! Mis tíos Zus y Dee, Roel, Max y, last but certainly not
least, Beatriz.
Sí, Beatriz... Es posible, como afirman algunos, que el destino tiene trazado un camino para cada uno de nosotros. Pero todos esos senderos se entrecruzan permanentemente y de un modo tan sorpresivo que me pregunto si realmente está todo tan minuciosamente previsto. Porque entonces ¿para qué existen las alternativas que se nos presentan continuamente? ¿Qué es eso que llamamos casualidad? Nos conocimos en una fiesta a la que los dos habíamos ido en circunstancias idénticas: sin ganas de ir, sólo para acompañar a respectivos amigos. Si uno de nosotros hubiera eludido ese compromiso, se habría producido cualquier otra casualidad. Yo podría, por ejemplo, haber cometido la misma descortesía de bailar toda la noche con una sola chica, ignorando a las demás, incluyendo a la anfitriona.
Pero habría sido entonces con otra señorita, y tal vez yo no habría
insistido en continuar una relación que era particularmente desaconsejable.
Porque ya estaba con un pie en la planchada y con la cabeza en otro continente,
en un empleo al que me había comprometido. Tenía la intención de volver a la
Argentina, eso sí, pero no sabía cuándo sería. A pesar de ello, seguimos
viéndonos, sabiendo que a los tres meses nos enfrentaríamos con una separación
física. ¿De quién dependería que fuera definitiva o sólo temporaria, del
Destino o del Azar?
Absorto en mis reflexiones, no reparé en que se habían
cortado los lazos con el muelle, hasta que oí la ensordecedora sirena del
barco. Sentí un impulso de pedirle al capitán que me dejara bajar, y me di
cuenta de que habíamos pasado el point of no return. Lo acentuaba una melodía
de moda, que venía del salón. "Vaya con Dios, my darling", melancólica
y sentimental. Pero qué apropiada para este momento, pensé mientras recorría
con la mirada los contornos de las usinas eléctricas, el Hospital Ferroviario,
los edificios de departamentos Cavanagh y Alas, los Ministerios Militares
y el de Obras Públicas, la Aduana y, más a la izquierda, la refinería de
Shell-Diadema y la Cervecería Quilmes.
2 comentarios:
Tenés dato de cuántos km y millas náuticas has recorrido?
Interesante el cruce de caminos que tenemos escrito entre las varias opciones de destino...
Buen cruce el tuyo en esa fiesta...
Nunca me puse a calcular cuánto viajé. Pero es fácil sumar los km. En 70 años fueron unos 210 mil, por mar y por los aires.
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