¡NO VA MAS!
Al costado del mostrador, en una mesa repleta de ingredientes para copetín, un hombre gordo estaba con el oído pegado a un radiograbador que estaba encendido a muy bajo volumen. No querría molestar a los demás, o estaría escuchando alguna emisora lejana o una cinta mal grabada. De vez en cuando anotaba algo sobre una servilleta de papel. Frente a él, un flaco miraba con el rabillo del ojo a los demás parroquianos, que habían juntado varias mesas en el centro del local, desde donde estallaban risotadas. Chistes de salón, con toda seguridad - ¿de qué otra cosa podrían reírse hombres reunidos en un salón?
Las
risas disminuyeron cuando alguien advirtió:
-
Dale Griego, que se está haciendo tarde.
El
nombrado reaccionó.
-
Ah sí, vamos.
El
reloj en la pared indicaba las doce menos cuarto pasadas; le quedaban unos
diez minutos. El gordo había apagado la radio. Estiró una mano hacia el
platito con los maníes, ya vacío. Al ver que tampoco quedaba ni una aceituna,
frunció el ceño. El flaco fingió no notarlo, pidiendo otro vaso de vino.
El
mozo ya había servido unas cuantas copas, excepto al Griego. Si bien éste
contaba con una memoria privilegiada, la tarea de asociar nombres de participantes
con números y premios en muchas combinaciones iba a requerir toda la claridad
de su mente. Se concentró en el trabajo. Su larga experiencia le permitió
registrar y archivar todas las apuestas. Lo que no observó fueron las señas
que el gordo había hecho a algunos jugadores antes de acercarse a la mesa,
junto con el flaco, para arriesgar unos pesos.
Llegó
la hora del ¡... no va más ...!, y cuando las agujas del reloj se juntaban, el
Griego pidió al dueño del bar que sintonizara la Emisora del Noreste, que
transmitía el sorteo de la Lotería de Monte Carloto. Después de algunos
números se oyeron dos o tres exclamaciones de alegría. El flaco dio un
brinco y convidó una ronda: ¡había acertado el premio mayor! Sobre el final,
el gordo levantó la mano; a él también le correspondía un premio.
El
griego estaba al borde de un infarto; iba a verse en figurillas para pagar
todas esas deudas. ¡Qué desgracia! En veinte años, fue la primera vez que
tuvo tanta mala suerte. Pero también fue la primera vez que atrasaron el
reloj media hora para poder grabar esa emisión radial de la Lotería de Monte
Carloto antes de hacer las apuestas.
* * *
ASI
EN EL CIELO COMO EN LA TIERRA
En el Salón de Juegos, toda la atención está centrada en las filas de casilleros claros y oscuros que integran un tablero hecho de madera, con bordes anchos. Sobre él se encuentran dispuestas sobre un lado, ocho figuras blancas de nácar irisado con incrustaciones de piedras. Del lado opuesto, hay igual número de objetos de formas idénticas, pero de mármol negro y sin adornos. Las piezas que intervendrán en este Juego son, una por una, obras artesanales esculpidas en materiales nobles.
Detrás de una fila de Peones Blancos, el Rey y su Dama conversan con los Alfiles mientras, bajo la mirada vigilante de las Torres, los Caballos esperan impacientemente ser montados. Cristián Rodaerc comprueba que todo está en orden, y levanta la vista. El conductor de las piezas negras, Narciso Otsircitna, confirma con un movimiento de cabeza que está preparado. Rodaerc avanza su Peón Rey.
En la clínica, la mira de todos está en la sala de partos. Se abre la puerta y se oye el grito triunfal con el que un bebé anuncia su llegada.
Las respuestas de Otsircitna a las cuatro jugadas siguientes reflejan estrategias similares; no hay innovaciones. Los grandes espejos que rodean la sala, acentúan la simetría de las posiciones.
La criatura abre sus ojos, pero aún no puede ver el espejo frente a su cuna. Más tarde, aprende a gatear, a caminar, a jugar. Lo llevan a la guardería; crece, a los seis años va a la escuela.
En la octava movida, el Caballo Rey Negro da un brinco, como sólo pueden hacerlo los potros. Las blancas quedan en una situación comprometida.
La víspera de su octavo cumpleaños pasea en un caballo muy manso que, sin embargo, inexplicablemente se desboca. Antes de caer, el niño tiene una nítida imagen del desenfrenado galope.
Rodaerc responde al imprevisto movimiento con una orden inesperada, audaz. Un Alfil Blanco, débilmente protegido por la Dama, aprovecha su veloz desplazamiento por toda la diagonal para obligar a un corcel Negro a entregarse.
Al quedar, por un instante, un pie enganchado en el estribo, el golpe es providencialmente amortiguado. Con sólo lastimaduras superficiales, el pequeño jinete se levanta y anda.
Los dos ejércitos sobre el tablero reagrupan sus huestes; reina la tranquilidad de una tregua. Pero luego de una sucesión de varias jugadas sin violencia, Otsircitna dirige una ofensiva por el flanco izquierdo. El Rey se pone blanco.
La vida del niño transcurre sin sobresaltos. La escuela y los deportes reclaman su atención. Una noche, al regresar a su casa, cruza una avenida cuando un vehículo sin luces se acerca a gran velocidad.
El auditorio contiene la respiración: esa amenaza al Rey Blanco puede significar el fin del duelo.
El conductor frena tarde, atropella al niño. Un espejo retrovisor exterior golpea su cabeza.
Rodaerc apela a todos sus recursos, y cuando el tiempo reglamentario está a punto de expirar, revierte la situación. Sus Torres encierran a la Dama, la Negra más poderosa y a la vez la más vulnerable, de las piezas adversarias.
En el sanatorio, la recuperación es lenta. En el espejo frente a su cama, el niño se ve a sí mismo, observando el tablero y los jugadores en el Salón de Juegos. Con un gran esfuerzo, se despierta del sueño casi eterno.
Visiblemente aliviado, Rodaerc se reclina en el sillón y enciende una pipa. Sabe que de ahora en adelante no habrá peligro.
En la actualidad, la partida se está desarrollando sin sobresaltos. A juicio de los analistas, la posición es favorable a Cristián Rodaerc, Creador de este, el más Humano de todos los Juegos.
* * *
4 comentarios:
Pobre hombre... tanto esfuerzo de su habilidad viéndose frustrado por la picardía de un flaco tramposo... cosas habituales del juego.
Interesante paralelismo ajedrecístico.
Este cuento no es fácil a primera vista. Yo creí que para apreciarlo había que saber ajedrez. Por lo menos, saber cómo se mueve cada pieza. Pero una vez alguien me que no lo sabe, dijo que igualmente le gustó. - Principal motivo, cumplido!
.-
Coincido que es mejor saber ajedrez, al menos como se eje utan los movimientos, se comprenderá mejor.
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