Seguidores

sábado, 3 de junio de 2023

LA OTRA CACERÍA (2)

                                                             ¡NO VA MAS!

 

       Al costado del mostrador, en una mesa re­pleta de in­gre­dien­tes para cope­tín, un hombre gordo estaba con el oído pegado a un radiogra­bador que estaba encendido a muy bajo volu­men. No querría molestar a los demás, o estaría escuchando algu­na emisora lejana o una cinta mal grabada. De vez en cuando anotaba algo sobre una servi­lleta de papel. Frente a él, un flaco miraba con el ra­billo del ojo a los demás parroquianos, que habían jun­tado varias mesas en el centro del local, desde donde es­tallaban risota­das. Chistes de salón, con toda seguri­dad - ¿de qué otra cosa po­drían reírse hombres reunidos en un salón?

      Las risas disminuyeron cuando alguien ad­vir­tió:

      - Dale Griego, que se está haciendo tarde.

      El nombrado reaccionó.

      - Ah sí, vamos.

      El reloj en la pared indicaba las doce me­nos cuar­to pasa­das; le quedaban unos diez mi­nutos. El gordo ha­bía apagado la radio. Es­tiró una mano hacia el platito con los maníes, ya vacío. Al ver que tampoco quedaba ni una acei­tuna, frunció el ceño. El flaco fingió no no­tar­lo, pidiendo otro vaso de vino.

      El mozo ya había servido unas cuantas co­pas, ex­cepto al Griego. Si bien éste contaba con una memoria privi­legiada, la tarea de asociar nom­bres de partici­pantes con números y pre­mios en muchas combinaciones iba a re­querir toda la cla­ri­dad de su mente. Se concen­tró en el trabajo. Su larga experiencia le permitió registrar y archivar todas las apuestas. Lo que no ob­servó fueron las señas que el gordo había hecho a algu­nos jugadores antes de acercarse a la mesa, junto con el flaco, para arriesgar unos pesos.

      Llegó la hora del ¡... no va más ...!, y cuando las agujas del reloj se juntaban, el Griego pidió al dueño del bar que sinto­nizara la Emisora del Noreste, que transmitía el sor­teo de la Lotería de Monte Carloto. Después de algunos números se oyeron dos o tres ex­cla­ma­cio­nes de ale­gría. El flaco dio un brinco y convidó una ronda: ¡había acertado el pre­mio mayor! Sobre el final, el gordo levantó la mano; a él también le corres­pondía un pre­mio.

      El griego estaba al borde de un infarto; iba a verse en figurillas para pagar todas esas deu­das. ¡Qué desgra­cia! En veinte años, fue la pri­mera vez que tuvo tanta mala suerte. Pero tam­bién fue la primera vez que atrasa­ron el reloj media hora para poder grabar esa emi­sión ra­dial de la Lotería de Monte Carloto antes de ha­cer las apuestas.

 

* * *

 


ASI EN EL CIELO COMO EN LA TIERRA

 

       En el Salón de Juegos, toda la aten­ción está cen­tra­da en las filas de casilleros cla­ros y oscu­ros que inte­gran un table­ro hecho de made­ra, con bordes anchos. So­bre él se encuen­tran dis­puestas sobre un lado, ocho fi­guras blancas de nácar irisado con in­crusta­cio­nes de piedras. Del lado opuesto, hay igual número de objetos de formas idénticas, pero de már­mol negro y sin ador­nos. Las pie­zas que in­terven­drán en este Juego son, una por una, obras ar­te­sa­nales escul­pi­das en mate­riales nobles.

       De­trás de una fila de Peo­nes Blancos, el Rey y su Dama conver­san con los Alfiles mien­tras, bajo la mira­da vigilante de las To­rres, los Ca­ba­llos esperan impa­cien­temente ser mon­ta­dos. Cris­tián Rodaerc comprueba que todo está en or­den, y levanta la vis­ta. El con­duc­tor de las piezas negras, Narciso Otsir­citna, confirma con un movi­mien­to de cabeza que está prepara­do. Rodaerc avanza su Peón Rey.

       En la clínica, la mira de todos está en la sala de par­tos. Se abre la puerta y se oye el grito triun­fal con el que un bebé anun­cia su llega­da.

       Las respuestas de Otsircitna a las cuatro jugadas siguientes reflejan estrategias simi­la­res; no hay inno­va­cio­nes. Los grandes espe­jos que rodean la sala, acen­túan la sime­tría de las posi­ciones.

       La criatura abre sus ojos, pero aún no puede ver el espe­jo fren­te a su cuna. Más tarde, aprende a ga­tear, a caminar, a jugar. Lo lle­van a la guarde­ría; crece, a los seis años va a la es­cue­la.

       En la octava movida, el Caballo Rey Negro da un brin­co, como sólo pueden hacerlo los potros. Las blan­cas quedan en una situación comprometi­da.

       La víspera de su octavo cumpleaños pasea en un ca­ba­llo muy manso que, sin embar­go, inex­plicable­mente se des­boca. Antes de caer, el niño tiene una nítida ima­gen del de­senfrena­do galope.

       Rodaerc responde al imprevisto movimiento con una orden inesperada, audaz. Un Alfil Blan­co, débilmente protegido por la Dama, aprove­cha su veloz des­plazamiento por toda la diago­nal para obligar a un cor­cel Negro a entregar­se.

       Al quedar, por un ins­tan­te, un pie en­gan­chado en el estri­bo, el golpe es provi­dencial­mente amor­ti­gua­do. Con sólo lasti­ma­duras superficiales, el pe­queño jine­te se le­vanta y an­da.

       Los dos ejércitos sobre el tablero reagru­pan sus hues­tes; reina la tranquilidad de una tregua. Pero luego de una suce­sión de varias jugadas sin violencia, ­­Ot­sir­citna dirige una ofen­siva por el flanco izquierdo. El Rey se pone blanco.

       La vida del niño transcurre sin sobre­sal­tos. La es­cuela y los deportes re­cla­man su aten­ción. Una no­che, al regre­sar a su ca­sa, cruza una aveni­da cuan­do un vehículo sin luces se acerca a gran ve­lo­ci­dad.

       El auditorio contiene la respiración: esa amenaza al Rey Blanco puede significar el fin del duelo.

       El conductor frena tarde, atropella­ al niño. Un espe­jo retrovisor exterior golpea su cabeza.

     Rodaerc apela a todos sus recursos, y cuan­do el tiempo reglamentario está a punto de expirar, revierte la si­tua­ción. Sus Torres encierran a la Da­ma, la Negra más pode­rosa y a la vez la más vul­ne­rable, de las piezas adver­sa­rias.

       En el sanatorio, la recuperación es len­ta. En el es­pejo frente a su cama, el niño se ve a sí mismo, ob­ser­vando el table­ro y los ju­ga­do­res en el Salón de Juegos. Con un gran es­fuerzo, se despierta del sueño casi eterno.

      Visiblemente aliviado, Rodaerc se reclina en el si­llón y enciende una pipa. Sabe que de ahora en  ade­lante no habrá peligro.

       En la actualidad, la partida se está desa­rro­llando sin sobre­saltos. A juicio de los ana­lis­tas, la posi­ción es favorable a Cristián Ro­daerc, Creador de este, el más Humano de to­dos los Juegos.

 

* * *

4 comentarios:

Thierry van Hees dijo...

Pobre hombre... tanto esfuerzo de su habilidad viéndose frustrado por la picardía de un flaco tramposo... cosas habituales del juego.

Thierry van Hees dijo...

Interesante paralelismo ajedrecístico.

koppieop dijo...

Este cuento no es fácil a primera vista. Yo creí que para apreciarlo había que saber ajedrez. Por lo menos, saber cómo se mueve cada pieza. Pero una vez alguien me que no lo sabe, dijo que igualmente le gustó. - Principal motivo, cumplido!
.-

THIERRY VAN HEES dijo...

Coincido que es mejor saber ajedrez, al menos como se eje utan los movimientos, se comprenderá mejor.