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jueves, 29 de junio de 2023

LA OTRA CACERÍA (4)

 MOMENTOS MUSICALES

       Yo quiero a muchas, pero como a ella, a nin­gu­na. Fue un amor a primer oído y hoy, casi sesenta años después, ella sigue siendo mi fa­vorita. En cualquier momento del día o de la noche responde a mis requerimientos, me en­vuelve en sus abra­zos, me confía sus secretos (creo, y espero, no conocerlos todos aún), me regala emociones.

      Si para Mozart La Flauta Mágica fue la últi­ma de sus más de veinte óperas, para mí fue la pri­mera que me reveló las po­si­bi­lidades de la voz humana, como cuando en un pasaje pianissimo pue­de llegar a todos los rinco­nes de un tea­tro, y en otro, im­po­nerse sin gri­tar a un tut­ti de la or­questa.

      Cada vez que me dejo trans­portar a esos dos rei­nos, el de la Reina de la Noche y el del Sumo Sacer­dote Sa­rastro, des­cubro sonidos que no ha­bía percibido antes en melo­días que creía cono­cer bien. Y me asom­bra que una simple pla­ca fo­no­grá­fica pueda seguir produ­cien­do duran­te tanto tiem­po tantas sensaciones iné­ditas.

 *   *   *

       Se televisaba un festival artístico a bene­ficio de una enti­dad de ayuda internacional, y uno de los muchos artis­tas que brindó su de­sin­teresada colabora­ción fue la so­prano María Me­neghini Callas, que en esa época es­taba en lo mejor de su carrera. Su aparición en la pan­talla fue un desafor­tunado primer plano de perfil, que originó entre los que mirábamos la trans­mi­sión, un comentario casi inevitable: ‑ ¡Qué nariz fea tiene!

      Felizmente, el director de cámaras corrigió la tor­pe­za en seguida, ofreciéndonos imáge­nes de la orques­ta, que ya estaba creando un su­blime fondo instrumental. La Callas hizo vibrar el tea­tro y los miles de televisores conec­tados con él. Su voz no era particular­mente bella, pero ella era muy expresiva y tenía un registro amplísi­mo. Mo­dulando y fraseando, volcó la ple­nitud de su talento vocal y teatral en cada nota y cada pau­sa.

      Desde los pri­meros compases notamos algo ex­traño, tan misterioso que no nos miramos has­ta el final de la apa­sionada inter­pre­ta­ción, y en­tonces ya no quedaba nin­guna duda: ha­bía­mos asistido a una transfi­gu­ra­ción in­con­ce­bible. El rostro de María Callas era ahora el de una mujer her­mosa y radiante, como por arte de magia.

      ¿O fue la magia del arte?

 * * *

       En una oportunidad presencié una clase ma­gis­tral que ofrecía un profesor de piano ale­mán, invitado al país por un Instituto Cul­tu­ral. Con mucho interés escu­chó las ejecuciones que ofre­cieron alumnos del Con­ser­va­torio, e hizo obser­vaciones y co­rrecciones.

      Lo me­jor de la mañana fue el episodio que protagoni­zó una alumna que presentó una sona­ta. El pro­fesor le pidió que repi­tiera un pa­saje determinado. En un espa­ñol co­rrecto aun­que con acento germáni­co, le pre­guntó:

      ‑ ¿Por qué lo toca usted allegro, si la par­ti­tura in­dica allegretto?

      La chica miró a sus compañeros buscando apo­yo, pero vio sólo hombros encogidos y cejas le­vantadas. Jun­tando coraje, contestó:

      ‑Lo hice, porque eh ... bueno, vea, los com­pases anteriores eran andante, y el final es brioso. Me pare­cía una transición más continua. No sé si usted ...

      El maestro se levantó y cruzó el escenario. En el otro ex­tremo, se quedó parado con los bra­zos en la es­palda.

      ‑Por favor, ¿puedo escucharlo otra vez?

      Sin cambiar de postura, prestó mucha aten­ción a la melodía que nuevamente descendió ale­gre­men­te del piano. Yo la encon­tré aún más agradable que las interpretaciones anterio­res. Si fuera empresario, organizaría una serie de reci­tales para esa alumna. Ella, naturalmente nervio­sa, no levantó la vis­ta del teclado cuando termi­nó.

      Con una sonrisa, el profesor se dio vuelta y le quitó la ten­sión:

      ‑Señorita, yo prefiero la indicación del com­po­si­tor. Pero acepto la variante que usted pro­pone. Su argu­mento es válido.

* * *      

    Tengo un amigo que escribe poesías. Una de ellas está dedica­da al órgano; en un elogio pa­re­cido al de Mozart (¿o fue Berlioz el que lo había llamado el rey de los instrumentos?), él lo admira como un ins­tru­mento para reyes. No sabe leer una sola nota en el pentagrama, pero gracias a un oído absoluto y una memoria privi­le­giada interpreta, e incluso compo­ne, música para ór­ga­no.

       Un día, lo acompañé a la iglesia de un pue­blo, donde él iba a tocar el órgano, que data del siglo die­cisiete. Abriendo y ce­rrando los registros, llenó el solemne es­pacio con be­llí­simos mensajes musi­cales de Händel, Bach y de él mismo. Esa tarde de un sábado nu­blado, la igle­sia estaba vacía; yo me acordaba del poema de mi amigo, y me sentía realmente como un rey.

* * *


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