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jueves, 29 de junio de 2023

LA OTRA CACERÍA (7)

                             LA VENGANZA

       En lenta subida, el camino serpentea por la ladera sur del Tangkuban Prahu y pasa por Lembang, un pueblito agradable, toda­vía no des­cubierto por el turis­mo. Hay sólo unos pocos comer­cios, mu­chos bungalows ro­deados de par­ques, y un hotel que, si yo tuviera que ca­lificarlo, le otorgaría una estrella más que el máximo ha­bi­tual, por su estupenda ubica­ción, que debe haber sido esco­gida por monjes benedictinos.

      Hacia la derecha, la vista se pierde en una paleta de colo­res, el oro de arrozales, el rojo y amarillo de flo­res silvestres, veinte tona­li­da­des de ver­de en los bos­ques de quinos y plan­ta­ciones de té, y el azul de la hermosa laguna, que desde aquí se ve sólo parcialmen­te. Aquel mean­dro marrón que más abajo atra­viesa la ciu­dad de Bandung, es el Río Chi­ka­pún­dung. En el fon­do, cumbres de mon­ta­ñas forman una cadena casi circular. En estos sete­cientos metros de altura sobre el ni­vel del mar, muchos habi­tantes de las húme­das y calu­ro­sas cos­tas de la isla de Java pasan sus fi­nes de sema­na y vaca­cio­nes en un clima bueno. De día hace calor, pero no­ches fres­cas ase­gu­ran un sueño reparador.

       Guardo muy gratos recuerdos de mi infancia y ju­ven­tud, que he pasado aquí. Me gustaría reco­rrer sitios conocidos, y haré eso en otro viaje, porque ahora he ve­nido a visitar el Kawah Ratu, el Crá­ter de la Rei­na. Es el más grande de los nueve que posee el Tangkuban Prahu, y también es el más inte­resan­te por­que hace poco -en el año 1971- tuvo una erup­ción de ba­rro. Ha quedado un acre olor a azufre, pero el volcán ya no pro­duce tantas fuma­rolas como cuando era activo.

      En tiempos remotos, este sitio era una pe­que­ña isla, domi­nada por una montaña rodeada de densas selvas y muy angos­tas playas con fuertes declives. Estaba habi­tada sólo por ani­ma­les, por­que muchas y muy grandes dife­ren­cias de nivel en el fondo del mar ocasionaban for­mi­da­bles re­moli­nos que impedían el acceso a todo tipo de embar­cación.

       Desde mi lugar de observación no puedo ver­la, pero sé que está allí cerca: Villa Isola, la señorial mansión don­de yo, siendo chico, una vez había sentido la an­gus­tiosa presencia de un ca­dáver ausente. Les he relata­do lo ocu­rrido allí, y ahora quiero cumplir con la pro­mesa hecha en esa oportu­nidad, de contarles la historia del este monte.

      Cuenta la leyenda que la joven Sri Palingma­nis soñó que estaba en el Jardín de Edén, que era aquella isla. A la maña­na si­guiente, le su­plicó a su prometido que le lle­vase allí. Ef­fen­di Tidatakut era un pesca­dor ex­perto y no cono­cía el miedo, pero nunca se le ha­bía ocu­rri­do inten­tar semejante hazaña, porque esa isla era conside­rada un tabú.

      Pero Sri sentía un irreprimible deseo de ver el Pa­raíso Perdi­do, y ante la vacilación de su amante anun­ció que entonces ella iría sola. Era inútil enfrentar esos peligros, pero Effendi acce­dió, porque sabía que ella se­ría capaz de llevar a cabo ese delirante propósito, y que no iba a regresar.

       Partieron en secreto, puesto que si alguien se en­te­raba de la expedición, seguramente se la impe­diría. Luego de una azarosa trave­sía de dos días, y de ha­berse salvado más de una vez de un naufragio, empezaron a sentir la fatal atracción de los traicioneros re­mo­li­nos y de las amena­za­do­ras e invisibles ro­cas. Muertos de can­sancio y de miedo, ya no podían abando­nar la lucha aho­ra, ha­biendo lle­gado tan cerca de la meta. Hicieron varios intentos va­lientes pero vanos, y cuando finalmen­te hasta Sri, muy a su pesar, tuvo que ad­mitir que era imposible reali­zar su sueño, el Gran Baqueano les tendió una mano: los vien­tos amainaron, las co­rrientes cam­bia­ron, y se les abrió un pasaje.

       Extenuados y felices, saltaron de la pira­gua y ca­ye­ron abra­za­dos sobre las tibias are­nas. Pero un ins­tan­te después, se in­corpora­ron. Un temblor les advirtió que iba a suceder algo, y que no iba a ser nada bueno, aun­que en el cielo despejado no se percibían señales de tormenta.

      Era el comienzo de un movimiento que sacu­día las en­trañas de la tierra. Expresando su pro­fun­do desagrado por la humillación de haber sido vencida por unos gusa­nos humanos, la isla hizo entrar su volcán en una erup­ción suicida. Un hongo de fuego y ceniza eclipsó el sol, una onda expansiva empujó muros de agua hasta los puntos más lejanos de la región, y la lava abrasadora cubrió en pocas horas los bosques y las playas. La cumbre se des­moronó y quedó coronada con el barco de Effendi, con la qui­lla hacia arri­ba.

      Siglos después, el nivel de las aguas bajó y la pe­queña isla se unió a otras cercanas, for­mando el te­rri­torio de lo que ahora es Ja­va. Los primeros hombres que vinieron a radi­carse en las tierras fertilizadas por la ac­ción de la lava, bautizaron a la achatada mon­taña con el nom­bre Tangkuban Prahu, Bote Vol­cado.

       Cuando yo esté de nuevo aquí, gozando de mis pro­yec­tadas vacaciones, haré levantar un cenota­fio a aque­llos infortunados amantes, cuyos nom­bres en idioma malayo sig­nifi­can­ La Más Dulce, y El Sin Mie­do. Ellos desa­fiaron la naturaleza, pero su aven­tura no fue un acto de soberbia, sino un man­dato de amor.

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Epílogo: Esta no es la verdadera leyenda del Tangkuban Prahu; esa la pueden leer en youtube. Yo prefiero lo que cuenta mi historiador personal. .-)

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