LA VENGANZA
En lenta subida, el camino serpentea por la ladera sur del Tangkuban Prahu y pasa por Lembang, un pueblito agradable, todavía no descubierto por el turismo. Hay sólo unos pocos comercios, muchos bungalows rodeados de parques, y un hotel que, si yo tuviera que calificarlo, le otorgaría una estrella más que el máximo habitual, por su estupenda ubicación, que debe haber sido escogida por monjes benedictinos.
Hacia
la derecha, la vista se pierde en una paleta de colores, el oro de arrozales,
el rojo y amarillo de flores silvestres, veinte tonalidades de verde en
los bosques de quinos y plantaciones de té, y el azul de la hermosa laguna,
que desde aquí se ve sólo parcialmente. Aquel meandro marrón que más abajo
atraviesa la ciudad de Bandung, es el Río Chikapúndung. En el fondo, cumbres
de montañas forman una cadena casi circular. En estos setecientos metros de
altura sobre el nivel del mar, muchos habitantes de las húmedas y calurosas
costas de la isla de Java pasan sus fines de semana y vacaciones en un
clima bueno. De día hace calor, pero noches frescas aseguran un sueño
reparador.
Guardo muy gratos recuerdos de mi infancia y juventud, que he pasado aquí. Me gustaría recorrer sitios conocidos, y haré eso en otro viaje, porque ahora he venido a visitar el Kawah Ratu, el Cráter de la Reina. Es el más grande de los nueve que posee el Tangkuban Prahu, y también es el más interesante porque hace poco -en el año 1971- tuvo una erupción de barro. Ha quedado un acre olor a azufre, pero el volcán ya no produce tantas fumarolas como cuando era activo.
En
tiempos remotos, este sitio era una pequeña isla, dominada por una montaña
rodeada de densas selvas y muy angostas playas con fuertes declives. Estaba habitada
sólo por animales, porque muchas y muy grandes diferencias de nivel en el
fondo del mar ocasionaban formidables remolinos que impedían el acceso a
todo tipo de embarcación.
Desde mi lugar de observación no puedo verla, pero sé que está allí cerca: Villa Isola, la señorial mansión donde yo, siendo chico, una vez había sentido la angustiosa presencia de un cadáver ausente. Les he relatado lo ocurrido allí, y ahora quiero cumplir con la promesa hecha en esa oportunidad, de contarles la historia del este monte.
Cuenta
la leyenda que la joven Sri Palingmanis soñó que estaba en el Jardín de Edén,
que era aquella isla. A la mañana siguiente, le suplicó a su prometido que
le llevase allí. Effendi Tidatakut era un pescador experto y no conocía
el miedo, pero nunca se le había ocurrido intentar semejante hazaña, porque
esa isla era considerada un tabú.
Pero
Sri sentía un irreprimible deseo de ver el Paraíso Perdido, y ante la
vacilación de su amante anunció que entonces ella iría sola. Era inútil
enfrentar esos peligros, pero Effendi accedió, porque sabía que ella sería
capaz de llevar a cabo ese delirante propósito, y que no iba a regresar.
Partieron en secreto, puesto que si alguien se enteraba de la expedición, seguramente se la impediría. Luego de una azarosa travesía de dos días, y de haberse salvado más de una vez de un naufragio, empezaron a sentir la fatal atracción de los traicioneros remolinos y de las amenazadoras e invisibles rocas. Muertos de cansancio y de miedo, ya no podían abandonar la lucha ahora, habiendo llegado tan cerca de la meta. Hicieron varios intentos valientes pero vanos, y cuando finalmente hasta Sri, muy a su pesar, tuvo que admitir que era imposible realizar su sueño, el Gran Baqueano les tendió una mano: los vientos amainaron, las corrientes cambiaron, y se les abrió un pasaje.
Extenuados y felices, saltaron de la piragua y cayeron abrazados sobre las tibias arenas. Pero un instante después, se incorporaron. Un temblor les advirtió que iba a suceder algo, y que no iba a ser nada bueno, aunque en el cielo despejado no se percibían señales de tormenta.
Era
el comienzo de un movimiento que sacudía las entrañas de la tierra.
Expresando su profundo desagrado por la humillación de haber sido vencida por
unos gusanos humanos, la isla hizo entrar su volcán en una erupción suicida.
Un hongo de fuego y ceniza eclipsó el sol, una onda expansiva empujó muros de
agua hasta los puntos más lejanos de la región, y la lava abrasadora cubrió en
pocas horas los bosques y las playas. La cumbre se desmoronó y quedó coronada
con el barco de Effendi, con la quilla hacia arriba.
Siglos
después, el nivel de las aguas bajó y la pequeña isla se unió a otras
cercanas, formando el territorio de lo que ahora es Java. Los primeros
hombres que vinieron a radicarse en las tierras fertilizadas por la acción de
la lava, bautizaron a la achatada montaña con el nombre Tangkuban Prahu, Bote
Volcado.
Cuando yo esté de nuevo aquí, gozando de mis proyectadas vacaciones, haré levantar un cenotafio a aquellos infortunados amantes, cuyos nombres en idioma malayo significan La Más Dulce, y El Sin Miedo. Ellos desafiaron la naturaleza, pero su aventura no fue un acto de soberbia, sino un mandato de amor.
* * *
Epílogo: Esta no es la verdadera leyenda del Tangkuban Prahu; esa la pueden leer en youtube. Yo prefiero lo que cuenta mi historiador personal. .-)
.-
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