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sábado, 1 de febrero de 2020

COSAS MÍAS (1)

Aquí van las primeras Cosas Mías. Sin fotos ni otras imágenes, que insertaré cuando haya aprendido a hacerlo en este blog.

La primera Edición del Autor data de Julio de 2005, la última revisón fue de Diciembre de 2019.

Los capítulos no están numerados; para su orientación, son éstos:

+ EL VUELO DE SERAFINA
+ ADIÓS INSULINDIA, HOLA PAÍSES BAJOS
+ RE – FA – SI
+ VIDA Y OBRA UNIVERSITARIA
+ ¿DÓNDE ESTARÁ EL FUTURO?
+ TANTO EN LA PROSPERIDAD COMO EN                                                                                                       LA ADVERSIDAD
+ UN ALMACÉN SIEMPRE ABIERTO

+ + + 

 Cuando a mi sobrinita Dolores le preguntabas qué hacía, defendía su privacidad girando su cabecita: Coshash míash. A los cinco o seis años de edad, yo tam­bién las tenía. Junta­mente con muchas que tuve después, siguen siendo cosas mías, pero yo quiero contar­las. No tanto por los hechos o actos en sí mismos, sino por lo que han significado para mí, en ese momento o mucho tiempo después. Sensaciones y emociones que han evocado nostalgia, sorpresa, desilusión, espe­ranza, admi­ración, tristeza, indignación, duda, alegría, resignación, satisfac­ción, incre­du­­lidad, rebeldía, inseguridad, confianza.
 Un irresistible deseo de escribir me ha llevado a lanzar al mundo esta autobiografía autorizada. Nadie la estará esperando pero, querido lector, ya que la abriste, sigue leyendo. Si me acompañas hasta la última página (no necesariamente en una sentada), habré logrado mi propósito.           
                                                                       
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EL VUELO DE SERAFINA

Una cuna mecida por turbulencias
- ¿Cuánto falta, Serafina?
- Poco - me informó -. Y créeme, eso me pone contenta a mí también.
El lento y regular aleteo denotaba la inigualable capacidad de vuelo que tienen las aves migratorias. Igualmente interminable parecía, debajo de nosotros, el Océano Pacífico. En algunos idiomas también lo llaman el Gran Océano – como si los otros dos no lo fueran.
- No estoy acostumbrada a volar sobre el mar – siguió Serafina -. Me aburre tanta agua. La tierra es mucho más variada. Ves campos, bosques, lagos, ciudades. Pero ya hicimos casi todo el recorrido, pronto...
- ¡Un momento! – se interrumpió a sí misma, estirando el cuello y aguzando la vista -. ¿Ves esas costas que se asoman? A la izquierda está Australia, y adelante tienes a Nueva Guinea. ¡Las Indias Orientales! Ya estamos ingresando en tu tierra.
- ¿Tierra? ¡No veo más que agua!
- Bueno, es una manera de decir. Son muchísimas islas, miles y miles de ellas. En la mayoría no vive gente y en algunas, demasiada.
- ¿Por dónde has andado, Serafina?
- ¿Yo? Siempre por las rutas más transitadas, ¿sabes? África, la India, la China. Ah, y una vez también vine aquí. Pero qué casualidad, precisamente a las islas que estamos sobrevolando.
Con su largo pico describió un amplio círculo.
- Mira, ésas son las Molucas, y una de ellas se llama Ambon, o Amboina. No es la más grande, pero sí la más poblada. Aquí traje a un niño, hará más de veinte años. Así que, en cuanto a su edad, bien podría haber sido tu padre.
Efectivamente, lo era, sólo que Serafina no lo sabía todavía. Yo también me enteré años más tarde. – De todos modos, comenzamos a bajar, una maniobra imprevistamente difícil. Contuve la respiración para no inhalar los nubarrones de humo que nos envolvían. Sacudidos por ráfagas de viento y turbulencias, creo que avanzamos muy lentamente. Puntiagudas piedritas en lava granizada me lastimaban, me tapé la cara.
- ¿Qué pasa, Serafina?
Estaba asustado, pero no tenía miedo. Mi guía me inspiraba confianza, y no me defraudó. Más consciente que nunca de su cometido, me apretó firmemente contra su pecho, lo que aumentó aún más la agradable sensación de seguridad que tuve desde que partimos.
- No te preocupes, bebé – me tranquilizó -. No es nada. Hay muchos volcanes aquí, pero no son muy activos. Sólo parece que el Cheremai está de mal humor hoy.
            Desde el cráter, nubes de ceniza y gases sulfúricos agitaban el aire. En un remolino, Serafina tuvo que apelar a todos sus recursos para vencer la succión que nos hacía girar en tirabuzón. Medio mareado, perdí la poca noción de altura que tenía. La tormenta no aflojaba, Serafina tampoco. Sus poderosas alas absorbieron una caída al vacío que parecía no terminar nunca. Seguramente le habría sido más fácil soltarme. Pero ella ni pensaba en esa alternativa, aunque en la lucha estaba dejando muchas plumas.
            Entramos en una zona de aire fresco. El cambio le hizo bien a Serafina. Volvió a orientarse, y retomó el rumbo. El grito triunfante que pegó al hacer contacto con la tierra me hizo chillar a mí también, a todo pulmón. Con algunas horas de atraso y trastabillando pero sin caerse, cumplió su misión: la de entregar a Cheribon, la dinámica capital del distrito homónimo de la Provincia de Java Occidental, su ciudadano número 82.001. Confirmó en su agenda el domicilio que le habían indicado. ¿Número? 50, sí. ¿Calle? Parudyakan. Correcto. Tocó el timbre de la casa, de paredes blancas y rodeada de canteros con flores en mil colores.
            - Que te vaya muy, pero muy bien - se despidió, cansadísima pero feliz, porque sabía que cálidas manos humanas iban a abrirme la puerta -. Y si alguna vez la suerte no parece estar contigo, ¡cuenta conmigo!

            Al año de mi tumultuosa llegada al mundo, aprendí a caminar. Pero un día, no podía mantenerme en pie, por falta de fuerza en la pierna derecha. Mis padres se asustaron al escuchar el diagnóstico: poliomielitis. En 1933 era una enferme­dad relativamente desconocida. La pierna, seria­mente afectada por la parálisis de algunos músculos, dejó de crecer. Una operación no tuvo el resultado que el cirujano se había propuesto. Pero volví a caminar, si bien con un aparato ortopédico y un zapato con un taco de diez centímetros de espesor.
            Cuando tenía diez u once años, mis padres me llevaron a una doctora que se había capacitado en medicina alternativa. Me examinó, y todavía la oigo decir, con un gesto de resignación, “Qué lástima que lo hayan operado. No era necesario”. Inmediatamente agregó un comentario alentador: “¡Pero lo vamos a curar!”. - Me prescribió una serie de ejercicios que durante varios años me han hecho caminar cientos de kilómetros alrededor de la mesa de comedor, girando el pie derecho en varias posiciones.
Ese entrenamiento era aburrido, pero en el gimnasio adonde iba casi todo los días, los movimientos más rutinarios me resultaban placenteros por el estimulante acompañamiento de marchas, rumbas, valses y quién sabe cuántos géneros más, el tango y quizás, ¿por qué no? el chamamé. Más tarde reconocí en la música clásica y ligera muchas melodías que resonaban en esa sala. - Otro ejercicio, mucho más llevadero, era andar en bicicleta, haciendo la mayor fuerza posible con la pierna débil, sobre todo pedaleando cuesta arriba. Esta costumbre la seguí practi­cando hasta que, debido a una enfermedad, tuve que dejar de bicicletear.
            Con la crueldad propia de chicos, algunos se burlaban de mi renguera, pero eran muy pocos y nunca me molestó. Yo sabía que no iba a volver a caminar normal­men­te, porque la deformación se originó en la cadera. Curiosamente, eso no ha tenido consecuencias para mi columna vertebral, como pude comprobar cuando un traumatólogo hizo una interesante comparación entre dos radiografías: en una, donde estaba parado, la columna mostraba una ligera curvatura. En la otra, sentado, la columna estaba a plomo, porque no necesitaba compensar ninguna deficiencia.

Considerando cuántas cosas había que yo podía hacer con la pierna disminuida, aprendí a aceptarla. Incluso, dejó de ser un inconveniente serio después del tratamiento “odontológico”. Sí, porque de esa doctora que Serafina había puesto en mi camino, quiero destacar algo más notable que su interés en nuevos métodos de curar enfermedades: no era, como podía suponerse, una ortopedista, sino ¡una dentista!
.-

10 comentarios:

Efe dijo...

Excelente! Estoy sentada esperando el siguiente capitulo!

jcm dijo...

Gracias, Dick! Estoy ansioso ahora por conocer a Insulindia. Hasta pronto!

koppieop dijo...

Hola Efe, gracias por el comentario, Me pregunto, ¿a qué "Efe" conozco? Será su nombre completo? No creo, y me gustaría saberlo...

koppieop dijo...

Gracias jcm! No conozco a nadie con esas iniciales. Podría adivinar, pero prefiero no errar.
Algo te contaré sobre Insulindia, pero para conocer más, no hay nada mejor que visitarla. "Geografia in situ" lo llama mi esposa...

Unknown dijo...

Lo releo con placer y no voy a la bibloteca a buscar la version en papel. Muy buena idea esta de esperar el siguiente capitulo....

Unknown dijo...

No se porque pero mis comentarios no aparecen

koppieop dijo...

Por favor, "Efe", "Unknown", "jcm", me encantan los comentarios pero ¿de quién viene?
Se me ocurre que jcm puede ser Juan Carlos Monedero. En ese caso, Senior o Junior?
No me dejen adivinando...

Unknown dijo...

Espectacular! Abuelito, una vez más, me atrapa tu historia- Tu nieta, Belén

Unknown dijo...

Que interesante todo! Espero c muchas ganas el episodio siguiente....Atesoras lindisimas vivencias que tu excelente memoria ayuda a revivir...

Alejandro Bär dijo...

Excelente!!!