Hablando de
interpretaciones, escuché a María Callas en una entrevista radial.
“Sí” – asintió lo que había
observado su interlocutor – “tengo buena voz. Pero para cantar, eso sólo no
es suficiente. Más que producir sonidos agradables al oído, tenemos que
transmitir un mensaje, y eso es lo que siempre trato de lograr”.
La respuesta me
retrotrajo al año 1958. María Meneghini Callas cantaba en París en un festival
benéfico que se transmitió por Eurovisión. Su aparición en la pantalla fue un
desafortunado primer plano de perfil. Pero la orquesta ya estaba tejiendo un
sublime fondo musical, y La Callas volcó en un trozo de ópera la
plenitud de su talento vocal y teatral. No tenía una voz particularmente
bella, pero sí muy expresiva, y un registro amplísimo. La transmisión me
pareció una buena prueba del poder de la televisión, de cómo una cámara es
capaz de mostrar a personas que estén en cualquier parte del mundo, detalles
que en el lugar del hecho sólo unos pocos espectadores pueden percibir. Antes
del final del aria, hubo otro primer plano, ahora acertado, que convirtió la
fealdad inicial en el rostro hermoso y radiante de una mujer que hizo vibrar el
teatro y los miles de televisores conectados con él. No sé si fue una
transformación por arte de magia, o por la magia del arte.
Un bemol sostenido para ciegos
Cuando yo trabajaba
en Philips, en Buenos Aires, almorzaba lo más rápidamente posible para escuchar
discos de música clásica que pasaban en una pequeña sala de audio. El tercer
día se sentó a mi lado Andrés Cabral, el jefe de Asuntos Culturales. Contento
por mi interés en las consonancias, me sorprendió con una invitación de cantar
en el coro de la empresa.
El único impulso de
ejecutar música lo había tenido cuando era chico: tocar la armónica. Pero duró poco tiempo. Mi afición es pasiva; se limita a escuchar y, a lo
sumo, silbar y tararear. En el Instituto Valonés seguí algunas clases de
guitarra, pero aún después de varios meses miraba las partituras sin entusiasmo y, por lo tanto, con mucha dificultad. Así que no me veía en un conjunto coral.
Después de escucharme pacientemente, Andrés me explicó que para cantar en un
coro, sólo había que amar la música, concurrir a los ensayos, y no desafinar demasiado.
En ese orden de importancia, agregó con la afable sonrisa bajo los profusos
bigotes que lo caracterizaban. Yo no sabía si me lo decía en broma o en serio,
pero acepté hacer la prueba.
Excepto Andrés, su
hermano Luis y yo, el grupo mixto de casi sesenta cantantes eran obreros. El "Coro Philips" se había formado hacía apenas dos años, y ya tenía un muy buen nombre. Poco
antes de que yo empezara a cantar en él, la revista “Lyra” había publicado una
crítica, de la que me enteré recientemente, cuarenta años más tarde. Cito aquí un párrafo que me hizo sentir como si yo hubiera integrado el grupo desde sus
comienzos:
..... Un coro en
manos de Celia Torrá es como un maravilloso instrumento en manos de un
virtuoso insigne. Lo mismo que éste obtiene de aquél sublimes sonidos, Celia
Torrá ha logrado extraer de su entusiasta conjunto de cantantes los múltiples
detalles de matiz, los recónditos secretos de la música polifónica y, en forma
especialísima, esa serena sensación de luminosidad que brinda la alegría de
cantar en coro.....
La baja estatura
física de Celia Torrá era inversamente proporcional a la musical. Como joven
violinista había ganado el Premio de Bruselas en 1911, pero luego se dedicó a
la composición y la dirección de coros. Al poco tiempo de darme la bienvenida,
me permitió cantar en un concierto en el señorial edificio del Consejo de
Mujeres, frente a la Plaza Libertad de Buenos Aires. En el piso de mármol de la
entrada, una hermosa inscripción anunciaba: Bonus entra; melior exit.
En buen romance: Por bueno que te sientas al entrar, cuando salgas estarás
mejor. Efectivamente, eso fue lo que experimentamos después de haber
cantado para gente que presta más atención que nadie a los sonidos:
integrantes del Instituto de Ciegos.
En otra función
entonamos canciones en la penitenciaría de la Avenida Las Heras. Años después,
el edificio fue demolido; por suerte no fue reemplazado. Cada vez que paso por el parque que ha quedado en ese sitio, vuelvo a oír el ruido con que se abrían
y cerraban las muchas y bien custodiadas rejas. Y recuerdo cómo nuestra
incomodidad desapareció cuando nos encontramos ante un expectante auditorio de
delincuentes. Los dejamos muy contentos, y espero que con las mejores
intenciones.
Nuestra actuación
más espectacular –a pesar de que no hubo espectadores- fue rn los estudios de “LR1-LRX-LRX1 Radio El Mundo y su Red Azul y Blanco de Emisoras
Argentinas”. Con todo el respeto por la pianista que habitualmente nos
acompañaba, ¡qué orgullo nos invadió al vernos rodeados por los treinta instrumentistas
de la orquesta de la emisora! La dirigía el maestro Carlos Suffern, otra
reconocida autoridad musical. Esa noche, el programa “Para quienes aman la Música” culminó con el “Coro a bocca chiusa”, Coro a boca cerrada, de la ópera
Madama Butterfly, que es tarareado por el coro. Nosotros lo hicimos como si
estuviéramos en La Scala de Milán en la presencia de Don Giacomo Puccini.
Muchos años después,
la viuda de Luis Cabral me contó una anécdota que ilustraba el temperamento de la
señora Celia Torrá. Una noche, Luis había llevado a un ensayo a su hijita – que
ahora es una médica en el norte argentino. A la pregunta de la madre si le
había gustado el canto, la niña contestó que sí, y agregó que el tío Andrés
podía seguir en el coro si quería, pero Luis, no. Ella sentía la exigencia de
la directora como un inconveniente demasiado grande para su papá.
Efectivamente, Celia
era muy temperamental. Se enojaba con facilidad, y más de una vez había
amenazado con no dirigirnos más si no mejorábamos. Una noche que realmente las
cosas no nos salían bien, tiró su partitura al piso y anunció que se iba, para
siempre. Por suerte, logramos calmarla pero, evidentemente, el ensayo terminó.
En el siguiente pusimos todo nuestro empeño, y recibimos una recompensa. Con
una sensibilidad enternecedora, Celia nos dio las gracias, llorando de
emoción.
Andrés tenía razón
al decir que cantar en un coro no es tan difícil. Pero eso no quitaba que
debíamos esforzarnos para responder a las expectativas de nuestra conductora.
La mayor de éstas era “cantar con el alma, transmitir algo más que sonidos”,
lo que yo iba a escuchar decir más tarde a María Callas tarde. Otra de las varias
indicaciones que la señora Torrá nos regalaba para cantar mejor, me quedó grabada
una en particular. “¡Cavernosa, esa voz! , imploraba teatralmente. Nos
resultaba difícil complacerla. Muy difícil. Pero no imposible. Excepto en aquel
ensayo general de una canción lindísima. Al llegar a un pasaje con unas pocas
notas muy altas que sólo Luis alcanzaba sin fisuras, Celia frunció el ceño. Nos
pidió una repetición, y en un momento crítico la interrumpió con evidente
fastidio. “Usted, usted, y usted”, estiró tres veces un dedo acusador y alzó su
partitura, “desde aquí... hasta aquí ... ¡NO CANTAN! ¿Me entendieron?”.
Luis y yo estuvimos
muy orgullosos de haberla entendido, porque así los dos contribuimos a una
ejecución impecable. Él, con su voz formidable, y yo, por ser uno de los tres
tenores.
♫ ♭ ♪
Termino esta corta entrega con una foto tomada en 1953 en el Club Oriental, Buenos Aires, en la que pueden reconocerme si siguen el enlace y busquen las palabras "Coro de la Fábrica Philips".
El concierto fue dedicado a obras de Celia Torrá.
https://revista.cultura.cfi.org.ar/homenajes/celia-torra-mi-mayor-aspiracion-es-no-haberme-ido-de-este-mundo-sin-haber-cumplido-mi-destino/
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